El nacimiento de un bebé en Estados Unidos ha capturado la atención del público y los medios de comunicación, no solo por su llegada al mundo, sino por la singularidad de su origen. Este pequeño, llamado Thaddeus Daniel Pierce, nació como resultado de un proceso de reproducción asistida mediante la donación de un embrión que había estado congelado desde 1994. Este caso no es solo un hito en la historia de la medicina, sino que también plantea preguntas interesantes sobre la naturaleza de la fertilidad y la tecnología reproductiva.
La donación de embriones es un procedimiento relativamente común cuando las parejas optan por no seguir pagando el almacenamiento de embriones sobrantes tras tratamientos de fertilidad. Sin embargo, lo que hace excepcional la historia de Thaddeus es que, a pesar de que no es el primer bebé nacido de un embrión de hace décadas, su caso destaca por la conexión entre la madre biológica y la pareja receptora. Es una historia que comenzó hace más de 29 años, cuando Linda Archerd se sometió a una fecundación in vitro, dando lugar a tres embriones viables.
Linda, quien ahora tiene 62 años, utilizó uno de esos embriones para quedar embarazada y dar a luz a una niña que hoy tiene 30 años. Los otros dos embriones fueron congelados, pero tras su divorcio, Linda quedó con la custodia de los mismos, lo que implicaba tanto un beneficio como una responsabilidad. Aunque podía decidir sobre su futuro, el coste del mantenimiento de la criopreservación se convirtió en un factor importante: llegó a pagar alrededor de $1.000 al año.
Finalmente, tras alcanzar la menopausia, Linda se dio cuenta de que no utilizaría los embriones y tomó la decisión de donarlos. En sus declaraciones a MIT Technology Review, expresó que no deseaba que los embriones fueran utilizados para investigación, sino que prefería llevar a cabo una donación a otra pareja, asegurándose de que el embrión pudiera crecer en un ambiente adecuado. Para eso, se acercó a una agencia católica que conecta a donantes de embriones con parejas que enfrentan dificultades para concebir.
Así fue como conoció a Lindsay y Tim Pierce, una pareja que buscaba un embrión donado. Linda se sintió cómoda con ellos y accedió a que se llevara a cabo el procedimiento. El resultado fue el nacimiento de Thaddeus el 26 de julio de este año, quien no solo es un nuevo miembro de la familia, sino que también tiene una hermana de 30 años y una sobrina de 10.
Este caso es notable no solo por sus implicaciones humanas, sino también por el contexto científico que lo rodea. Las técnicas de criopreservación han evolucionado significativamente desde los años 90. Durante ese tiempo, la congelación lenta era el método predominante, que ahora ha sido reemplazado por la vitrificación, un proceso más eficiente que minimiza el daño celular durante la congelación.
La vitrificación permite que los embriones sean congelados a una velocidad ultrarrápida, lo que reduce la formación de cristales que podrían comprometer su viabilidad al descongelarse. Esto hace que el embrión donado por Linda, que fue conservado utilizando técnicas menos avanzadas, sea un caso excepcional. La dificultad que enfrentó para encontrar una agencia dispuesta a aceptar su donación, debido a la antigüedad del embrión, resalta aún más la singularidad de esta historia.
Thaddeus, concebido hace tres décadas, ahora reside con sus nuevos padres, ajeno al revuelo mediático que ha generado su nacimiento. Este acontecimiento no solo resalta los avances en la ciencia, sino también la complejidad de las relaciones humanas y las decisiones que rodean a la fertilidad. La historia de Thaddeus es un recordatorio de que, en el ámbito de la reproducción asistida, el tiempo y la tecnología pueden entrelazarse de maneras inesperadas y sorprendentes.