Un estudio reciente publicado en la revista Nature ha revelado que hace entre 2,6 y 2,8 millones de años, los primeros representantes del género Homo convivieron con un Australopithecus previamente desconocido en la región de Afar, en el este de África. Este descubrimiento proporciona nuevas perspectivas sobre un periodo crítico en la evolución humana, cuando surgieron los géneros Paranthropus y Homo, y desapareció Australopithecus afarensis, la especie famosa por el fósil conocido como Lucy.
Los hallazgos se basan en la excavación de 13 dientes en el yacimiento de Ledi-Geraru, bajo la dirección del Proyecto de Investigación Ledi-Geraru de la Universidad de Arizona desde 2002. Este sitio ya era conocido por albergar la mandíbula de Homo más antigua encontrada hasta la fecha, datada en 2,8 millones de años, así como las primeras herramientas de piedra olduvayenses, que tienen una antigüedad de 2,6 millones de años.
Los fósiles identificados pertenecen a un Australopithecus de aproximadamente 2,63 millones de años y a Homo, con una antigüedad de entre 2,78 y 2,59 millones de años. Esto confirma la coexistencia de ambos linajes en el mismo territorio, sugiriendo un ecosistema más complejo de lo que se había pensado. Los restos de Australopithecus presentan diferencias morfológicas en comparación con A. afarensis y A. garhi, lo que indica la existencia de una especie hasta ahora desconocida, aunque aún sin nombre debido a la limitada cantidad de fósiles encontrados.
La paleoecóloga Kaye Reed, codirectora del yacimiento, explica que este hallazgo subraya la complejidad de la evolución humana, que no es un proceso lineal, sino un “árbol frondoso” con múltiples especies coexistiendo y algunas extinguiéndose. Además de ampliar el conocimiento sobre los homínidos, estos fósiles ayudan a reconstruir el entorno en el que vivían. Hace más de 2,5 millones de años, Ledi-Geraru era un paisaje de ríos y lagos rodeados de vegetación, muy diferente a la región árida que se observa hoy.
Actualmente, los investigadores están analizando el esmalte dental de los fósiles para comprender la dieta y la forma de vida de estas especies, incluyendo si competían por recursos o compartían el territorio. “Encontrar nuevos fósiles nos ayudará a contar la historia de lo que les sucedió a nuestros antepasados hace mucho tiempo, pero como somos los supervivientes, sabemos que nos sucedió a nosotros”, concluye Reed, enfatizando la necesidad de seguir explorando y formando nuevos paleontólogos.
