Las empresas que combinan tecnología y finanzas, conocidas como fintech, prometen una experiencia más ágil y accesible para los usuarios. Estas plataformas han sido fundamentales en la inclusión financiera, permitiendo que millones de personas que carecen de acceso a la banca tradicional puedan abrir cuentas con servicios como Revolut y N26, realizar pagos y transferencias a través de aplicaciones como PayPal y Bizum, así como invertir mediante plataformas como Investing.com y Betterment, o solicitar préstamos a través de Lendable y Avant directamente desde sus dispositivos móviles.
Sin embargo, la promesa de eficiencia y comodidad esconde un lado oscuro. La facilidad con la que se pueden realizar pagos ha transformado el acto de gastar en un proceso casi invisible. Este fenómeno, que parece simplificar nuestras vidas, está respaldado por principios de la economía conductual. Esta disciplina estudia cómo los sesgos, emociones y atajos mentales afectan nuestras decisiones financieras. Cada elemento de diseño en las aplicaciones, desde su estética minimalista hasta las notificaciones que celebran un “ahorro” ficticio, está diseñado para influir en nuestras elecciones económicas, a menudo sin nuestra plena conciencia.
Un aspecto crucial de las fintech es que su verdadero poder no radica únicamente en la capacidad de procesar pagos, sino en el análisis de comportamientos. Cada transacción genera datos que alimentan algoritmos específicos, los cuales están diseñados para perfilar nuestros hábitos de consumo y predecir, o incluso inducir, nuestras decisiones futuras.
Existen varias razones por las cuales los consumidores se convierten en presas fáciles para estas empresas. En primer lugar, el concepto de “dinero invisible” resulta menos doloroso. Según el investigador estadounidense George Loewenstein, el “dolor de pagar” se minimiza cuando no se realiza un intercambio físico de efectivo. Estudios de neurociencia han demostrado que usar tarjetas de crédito activa menos áreas del cerebro relacionadas con el dolor que el pago en efectivo, lo que implica que las personas tienden a gastar más cuando no ven el dinero que están utilizando.
Otro factor es la aversión a la pérdida, según lo expuesto en la teoría de la prospectiva de Daniel Kahneman y Amos Tversky. Este principio indica que la pérdida se siente con mayor intensidad que la ganancia. Mensajes persuasivos como “no dejes pasar esta oportunidad” o “te estás perdiendo 1,500 puntos” generan una sensación de urgencia que puede llevar a decisiones de compra apresuradas.
Además, el sesgo de anclaje influye en nuestra percepción del valor. La primera cifra que observamos actúa como un punto de referencia. Las fintech aprovechan esto al establecer precios iniciales más altos, lo que hace que las opciones intermedias parezcan más razonables y atractivas, manipulando así nuestras percepciones de valor.
La cuestión fundamental es si los servicios que ofrecen las fintech realmente simplifican nuestra vida financiera o si, por el contrario, nos someten a un sistema que fomenta decisiones de consumo perjudiciales. Mientras los reguladores debaten sobre límites y transparencia en los modelos de pago como Buy Now Pay Later (BNPL), los usuarios se encuentran en un constante tira y afloja entre la conveniencia y el riesgo del autoengaño.
En un entorno donde la tecnología promete inmediatez y comodidad, la incertidumbre sobre el costo real de nuestra vulnerabilidad como consumidores persiste. Comprender cómo se utilizan estos sesgos no es simplemente un ejercicio académico, sino una herramienta esencial para proteger nuestra libertad financiera. Aunque este conocimiento no nos hace inmunes a las manipulaciones, sí nos brinda una mayor capacidad para tomar decisiones informadas.