Desde la frontera sur, miles de migrantes escalan cada año los vagones de carga de La Bestia, un viaje lleno de riesgos que deja cicatrices imborrables. En su ruta, caídas que cuestan piernas y noches en vela para evitar caer del tren son solo el comienzo. Muchos de ellos llegan finalmente a Mexicali, donde el desierto se convierte en la última prueba: kilómetros de arena, calor extremo y muros que, aunque no siempre detienen su paso, ponen sus vidas al límite.
Historias de superación entre cartones
En la zona del Ferrocarril, los relatos de quienes han sobrevivido a este arduo viaje resuenan entre las banquetas. Alfredo Barajas, originario de Hidalgo, lleva ocho años en Mexicali, donde encontró un hogar improvisado. “El gobierno intentó llevarme a un albergue para ‘ayudarme’, pero la realidad es que solo querían tenerme encerrado”, relata con desánimo.
Alfredo critica la falta de gestión en los albergues, señalando que la discriminación hacia quienes buscan refugio es evidente. A su lado, César Machado Zambrano, nacido en Nayarit, comparte su historia: “Mis camaradas me decían: ‘Vamos a Mexicali, busquemos los famosos tacos del Ferrocarril y de ahí cruzamos al otro lado’. Ahora, muchos de ellos ya no están”, recuerda con nostalgia.
César llegó a Mexicali hace cinco años, justo cuando la pandemia por COVID-19 complicó aún más su búsqueda de empleo y alimentos. “Buscar trabajo fue inútil. Entonces vendí cigarros, como me aconsejaron los que ya conocían la calle”, explica.
El desafío de vivir en la calle
La vida en la zona del Ferrocarril no es fácil. Ambos hombres coinciden en que, aunque han recibido apoyo de la comunidad cachanilla, la discriminación persiste. “Aún hay quienes nos llaman ‘ladrones’ o ‘drogadictos’”, mencionan. Sin embargo, ellos han encontrado una familia entre quienes comparten su lucha diaria.
Cerca del parque Ferrocarril, un joven conocido como “El Fili” barre la banqueta, recogiendo sus cobijas del suelo. Procedente de Tabasco, Luis llegó a Mexicali gracias a su padre, quien lo cuidó durante el recorrido en La Bestia. A su corta edad, no sabe exactamente cuántos años tiene, pero se siente seguro en su nuevo hogar. “Tengo unos 7 meses que me quedo aquí, me dijeron que podía buscar trabajo y de vez en cuando si alguien me ocupa yo levanto la mano”, dice con determinación.
Las condiciones de vida son difíciles; el olor a orina y comida vieja impregna el aire, mientras que el silbido del tren recuerda a Luis que aún no ha llegado a ningún lugar. “Nunca me han molestado para que me vaya”, añade, enfatizando que los comerciantes de la zona solo le piden que mantenga limpio su espacio.
Percepciones divididas sobre la comunidad migrante
Los comerciantes de la zona, como Yair Cabrera, opinan que la situación ha mejorado. “No me molesta que tengan sus casas de cartón en las banquetas, pero lo que no me gusta es que a veces sean sucios”, señala. A pesar de las quejas, muchos comerciantes están dispuestos a ayudar dentro de sus posibilidades, aunque esperan respuestas concretas del gobierno para mejorar las condiciones de vida de los migrantes.
La percepción de la población está dividida; algunos apoyan su estancia mientras que otros cuestionan su presencia. Por su parte, Javier García, otro comerciante de la zona, ha cambiado su perspectiva con el tiempo. “Creía que eran las peores personas del mundo, pero muchos buscan trabajo”, explica. “Debemos ser más empáticos con ellos, no todos son como yo pensaba”.
En medio de este contexto, la falta de condiciones sanitarias se convierte en un riesgo para la salud. Clientes de los puestos de tacos han reportado el uso de las banquetas como baños improvisados, lo que genera preocupación en la comunidad. Aun así, las autoridades no han presentado soluciones efectivas.
En agosto, uno de los meses más calurosos en Mexicali, albergues como El Peregrino han abierto sus puertas, pero muchos migrantes prefieren no acudir, buscando apoyo en sus comunidades. A pesar de las adversidades, los relatos de quienes viajan en La Bestia siguen siendo historias de resiliencia y esperanza, con la firme intención de abrirse camino en un entorno desafiante.