El Mundial de Fútbol 2026 está a la vuelta de la esquina y, aunque la emoción es palpable, es crucial que las marcas y las agencias de publicidad no caigan en la trampa de repetir los clichés del pasado. La realidad es que un evento de tal magnitud, que afecta culturalmente a toda una nación, merece un enfoque más profundo que simplemente “hacer algo para el Mundial”.
Redefiniendo el enfoque publicitario
Es cierto que “todo mundo se reúne”, y los consumidores están listos para gastar, pero no podemos dejar que la nostalgia nos ciegue. Con una historia que recordar, como el Mundial de 1986, el reto es no permitir que el 2026 se convierta en un eco de lo que ya vivimos. Las campañas no deben ser solo una colección de palabras como “pasión”, “sueño mundialista” o “esperanza”; deben ser algo más significativo.
Las marcas deben preguntarse: ¿realmente estamos aportando valor? El peligro de tratar el Mundial como un trend más es evidente, especialmente cuando muchos se lanzan a promocionar descuentos y hashtags patrioteros sin una propuesta sólida detrás. El desafío es encontrar una voz auténtica que resuene con los mexicanos, no solo en el estadio, sino en el día a día.
Más que un evento, una conversación
El Mundial debe ser visto como una mesa de bar donde se conversa, se bromea y se opina. Gritar “fútbol” más fuerte que los demás no nos llevará a nada. Lo que realmente importa es encontrar qué decir en medio del ruido y aprovechar el momento para conectar con la cultura mexicana de una manera genuina.
Las campañas que se recordarán en 2030 no serán las que simplemente siguieron la narrativa, sino aquellas que se atrevieron a reescribirla. Necesitamos propuestas que no solo digan “nosotros también”, sino que ofrezcan un punto de vista único y una historia que resuene con la gente. Al final, un buen meme puede hablar más que un extenso manifiesto.
Así que, mientras nos preparamos para el Mundial, es momento de reflexionar sobre cómo queremos participar. No se trata solo de ser locales, sino de hacer que el mundo gire a admirar lo que hacemos. Este es el verdadero espíritu de “jugar bonito”.