El pasado 4 de septiembre, la presidenta Claudia Sheinbaum anunció un nuevo acuerdo de seguridad entre México y Estados Unidos, el cual se fundamenta en la reciprocidad y el respeto a la soberanía nacional. Sin embargo, lo que algunos han celebrado como un triunfo diplomático, para muchos mexicanos representa el entierro de la última esperanza de que un poder externo contenga el creciente autoritarismo del gobierno actual.
El engaño de la soberanía
Sheinbaum, al descartar cualquier posibilidad de intervención militar en territorio mexicano, en realidad ha establecido un candado que garantiza que la administración federal continúe moldeando la voluntad ciudadana a su conveniencia. La realidad es que los ciudadanos observan con creciente desesperanza cómo el gobierno se consolida no solo en el poder político, sino también en la manipulación de la vida cotidiana. Cada mensaje presidencial es recibido como un dogma, mientras la crítica se silencia.
Es en este contexto donde muchos veían en una posible intervención estadounidense un rayo de esperanza, una utopía que podría actuar como un contrapeso a un régimen que busca perpetuarse. Sin embargo, el acuerdo con Estados Unidos no se traduce en cooperación, sino en un blindaje para el proyecto político de la 4T. Al insistir en que toda colaboración se dará bajo el principio de soberanía, el mensaje es claro: no habrá espacio para que ninguna fuerza extranjera intervenga en el caos generado por el propio gobierno.
Un país en la penumbra
La narrativa de respeto territorial oculta un objetivo claro: consolidar el control absoluto sobre la nación. La administración federal ha convertido a México en un laboratorio de control social, utilizando la pobreza como herramienta electoral y creando dependientes que ven en el gobierno no un servicio público, sino un amo al que deben obedecer. Cada paso en esta dirección es presentado como una victoria nacionalista, cuando en realidad es un retroceso democrático.
La semana reciente ha dejado en claro que México se adentra en una etapa oscura, con un gobierno fortalecido por acuerdos internacionales que, en lugar de proteger a la ciudadanía, blindan al régimen. La oposición se encuentra debilitada e incapaz de articular un proyecto alternativo, y la sociedad parece resignada a la idea de que ningún actor externo vendrá a poner orden. Lo más preocupante es que, con cada discurso de soberanía, se cierra la posibilidad de que Estados Unidos asuma un papel activo para frenar el avance del autoritarismo.
El ciudadano mexicano se encuentra cada vez más lejos del apoyo externo y más cerca de la consolidación de un régimen que busca perpetuarse. La esperanza en figuras como Donald Trump se convierte en espejismo, y la realidad es que el país avanza hacia un modelo de control absoluto. El escenario actual muestra a la ciudadanía atrapada, donde la libertad se evapora, la soberanía se convierte en excusa, y el autoritarismo se impone como destino inevitable.
Así, queridos lectores, esta es una realidad ineludible y, al parecer, incorregible, al menos que “alguien o algo, decida salvar al país”.
