La violencia y la inseguridad en México han alcanzado niveles alarmantes, pero sus raíces se extienden más allá de las administraciones actuales. A menudo se apunta al gobierno de Morena como el responsable directo, pero reducir el problema a una única administración es simplista y miope. La complicidad histórica y la corrupción institucional han jugado un papel crucial en el deterioro de la seguridad nacional.
Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, se realizaron capturas significativas de capos del narcotráfico y decomisos de drogas. Sin embargo, estos logros fueron acompañados de un alto costo político. Seis gobernadores priistas, incluyendo a Javier Duarte y Roberto Borge, fueron encarcelados, aunque estos actos de justicia parecían más bien sacrificios menores para mantener la fachada de un régimen que combatía al crimen. El enfoque fue más mediático que estratégico, sin atacar las raíces del problema: la corrupción política y la pobreza estructural.
El gabinete de Peña Nieto estuvo marcado por la controversia. Nombres como Ildefonso Guajardo y Rosario Robles se asocian con escándalos multimillonarios y conflictos de interés. La “Estafa Maestra” y los sobornos de Odebrecht son ejemplos de cómo se priorizó el enriquecimiento personal sobre el bienestar del país. A pesar de esto, la lealtad a Peña Nieto prevaleció sobre la ética, permitiendo que las estructuras corruptas permanecieran intactas.
El pacto con Morena y el presente incierto
La llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder prometía un cambio drástico. Durante su campaña, AMLO se presentó como el defensor contra la “mafia del poder”, prometiendo castigar a los corruptos del pasado. Sin embargo, al asumir la presidencia, sus promesas se desvanecieron. La falta de acciones concretas contra Peña Nieto y su administración apunta a un pacto implícito de impunidad. La entrega pacífica del poder por parte del PRI a Morena podría interpretarse como un acuerdo para evitar confrontaciones, lo que permitió a Peña Nieto disfrutar de su libertad fuera del país.
Con Claudia Sheinbaum ahora en la presidencia, el panorama no muestra signos de mejora. Su discurso y acciones reflejan una continuidad del lopezobradorismo, sin indicios de justicia para los corruptos del pasado o del presente. Mientras tanto, la violencia y la pobreza continúan afectando al país, y los verdaderos responsables permanecen libres o en posiciones de poder.
El legado de Peña Nieto es un puente entre la corrupción del PRI y el autoritarismo de Morena. Este capítulo oscuro de la historia mexicana sigue influyendo en el presente, mientras el país paga el precio de un pacto que priorizó la impunidad sobre la justicia. La esperanza de un futuro mejor depende de romper con este ciclo de complicidad y corrupción estructural.