La Unión Europea está reconsiderando su decisión de prohibir la venta de vehículos a gasolina y diésel a partir de 2035, lo que ha dividido a la industria automotriz. Mientras algunas empresas abogan por el impulso de los vehículos eléctricos como parte de la estrategia de descarbonización del transporte, otras se oponen, advirtiendo que concentrarse en una sola tecnología podría ser un error fatal.
División entre la industria
Este debate se intensificó durante el diálogo estratégico sobre el futuro de la industria automotriz europea, celebrado el 12 de septiembre. Los presidentes de los fabricantes europeos de automóviles, como Ola Källenius de Mercedes-Benz y Matthias Zink de Schaeffler, enviaron una carta a Ursula von der Leyen, instando a “corregir el rumbo” de la transición automotriz. Señalan que es necesario adaptar la política a las realidades geopolíticas y económicas actuales.
Por otro lado, figuras como Antonio Filosa, CEO de Stellantis, y Oliver Zipse, de BMW, han manifestado su desacuerdo con el objetivo de 2035, aunque todos mantienen su compromiso de vender coches de cero emisiones para 2050. Argumentan que las metas intermedias, como reducir las emisiones de CO2 un 55% hacia 2030, no son realistas.
Argumentos a favor y en contra
Más de 150 altos ejecutivos de la cadena de valor del vehículo eléctrico en Europa han enviado una carta abierta a Von der Leyen, pidiéndole que mantenga firme el objetivo de cero emisiones para 2035 y que implemente políticas más audaces. Estas incluyen la movilización de cientos de miles de millones de euros en inversiones para construir nuevas gigafábricas de baterías y mejorar la infraestructura de carga.
Los defensores de la prohibición a 2035 argumentan que retroceder ahora erosionaría la confianza de los inversores y daría ventajas a competidores como China, que han avanzado más rápido en el desarrollo de vehículos eléctricos. Advierten que dudar en Europa podría llevar a una mayor dependencia de tecnologías menos eficientes y a una pérdida de influencia en el mercado global.
En contraste, quienes piden un retraso en la implementación de la prohibición sostienen que están siendo forzados a transformarse “con las manos atadas”, debido a una dependencia casi total de Asia para la cadena de suministro de baterías. Insisten en que se requieren incentivos de demanda más ambiciosos y políticas que reconozcan las realidades industriales actuales para que la transición sea viable.
La industria automotriz europea enfrenta, sin duda, un momento crítico. La dirección que tome en los próximos años podría definir no solo su futuro, sino también el de la movilidad sostenible en el continente.