El autismo abarca un amplio espectro que requiere una comprensión más profunda y personalizada. Es esencial deshacerse de estereotipos dañinos que afectan nuestra relación con el diagnóstico. A menudo se piensa que todas las personas con autismo presentan hipersensibilidad al ruido, dificultad para socializar o problemas con el doble sentido. Sin embargo, es fundamental reconocer que el autismo se manifiesta de diversas maneras en cada individuo.
La inflexibilidad cognitiva es una característica que puede afectar a muchos niños dentro del espectro autista. Este rasgo se traduce en una dificultad para adaptarse a cambios, incluso pequeños. Un niño puede sentirse incómodo si se altera un plan previamente establecido o si se le pide que deje de realizar una actividad en la que está concentrado. Por ello, se vuelve crucial que los cuidadores y educadores comprendan que este comportamiento no es simplemente terquedad, sino una necesidad inherente de rutina y estabilidad.
Las rutinas proporcionan un sentido de seguridad. Para los niños con autismo, establecer horarios claros para actividades cotidianas como comer, dormir y jugar es esencial. Aunque puede resultar desafiante, invertir tiempo en estas rutinas puede traer una paz considerable al hogar. Comenzar con cambios pequeños, como variar ligeramente el orden de las actividades o introducir un nuevo sabor, puede ser un buen inicio.
Para facilitar la adaptación a estos cambios, es útil plantear preguntas que promuevan la flexibilidad, como “¿Podemos probar este cambio por dos minutos y luego decides?” o “Si no hay tu sabor favorito, ¿cuál es tu opción alternativa?”. Estas preguntas no solo ayudan a los niños a prepararse para el cambio, sino que también les brindan un sentido de control sobre su entorno.
Las familias y educadores también deben reflexionar sobre los momentos del día que suelen ser más complicados y qué herramientas visuales podrían utilizar para anticipar y manejar estos cambios. Por ejemplo, utilizar una lista ilustrada o un temporizador puede ser efectivo para preparar a los niños ante situaciones imprevistas.
La clave no es forzar una flexibilidad perfecta, sino fomentar un entorno donde los niños se sientan seguros y puedan adaptarse gradualmente a nuevas situaciones. Este proceso debe ser respetuoso y sin presiones, ya que la estructura es crucial, pero la rigidez no lo es. Al ver a cada niño como un individuo único, se abre la puerta a un aprendizaje más efectivo y a una mayor comprensión emocional.
Como educadores, es vital abandonar la noción de que las reacciones de los niños son meros berrinches. En lugar de solo modificar conductas, debemos ofrecer un espacio seguro para que estos niños desarrollen su autonomía emocional. Aunque este tema es vasto, cada paso que damos en la dirección correcta es un avance hacia un futuro más comprensivo y inclusivo.
