En Argentina, los cultivos enfrentan una alarmante brecha de rendimiento que oscila entre el 30 % y el 50 %. Durante el Congreso Aapresid 2025, expertos señalaron que la degradación de la fertilidad del suelo es uno de los principales obstáculos para alcanzar el verdadero potencial productivo de la agricultura en el país. Un claro ejemplo de esta situación es el maíz: actualmente, el rendimiento promedio se sitúa en 7,600 kilos por hectárea, mientras que el techo posible alcanza los 11,500 kilos por hectárea.
Implementar una estrategia de fertilización balanceada en un tercio del área dedicada al maíz —aproximadamente 6.3 millones de hectáreas— podría generar un ingreso adicional que superaría los 1,050 millones de dólares. Esta mejora tendría un impacto positivo no solo en las cuentas de los productores, sino también en la balanza comercial del país.
Diagnósticos que marcan la diferencia
Los investigadores, entre ellos Nahuel Reussi Calvo y Nicolás Wyngaard de la Universidad Nacional de Mar del Plata y el CONICET, enfatizan que la base para un cambio significativo radica en conocer a fondo el suelo. Actualmente, solo se muestrea un 25 % de los terrenos agrícolas, y en muchos casos, se aplican fertilizantes sin un diagnóstico adecuado. “Se sigue fertilizando sin comprender en detalle la variabilidad y las necesidades del ambiente”, explicaron.
Los estudios revelan que gran parte de la región pampeana presenta déficits de nutrientes esenciales como fósforo, potasio, zinc, boro, nitrógeno y azufre, con niveles por debajo de los umbrales críticos establecidos. Esta situación limita la capacidad de respuesta de los cultivos ante condiciones ambientales adversas.
Materia orgánica, un tesoro en retroceso
Otro aspecto preocupante es la constante disminución de la materia orgánica en el suelo, que ha caído del 4.3 % en suelos vírgenes al 3.1 % en 2024. “Esta pérdida tiene consecuencias económicas concretas”, indicó Reussi Calvo, y aclaró que la solución “no radica en aplicar más insumos, sino en usarlos con mayor precisión”.
Para revertir esta tendencia, proponen medir, interpretar y ajustar las dosis de fertilización de acuerdo a cada ambiente y cultivo. En el caso de nutrientes móviles, como el nitrógeno y el azufre, la reposición directa no es suficiente; es crucial incorporar prácticas que enriquezcan la materia orgánica y mejoren la estructura del suelo. Para los nutrientes poco móviles, como el fósforo o el zinc, sugieren trabajar con umbrales definidos a partir de estudios locales y ajustar las dosis con criterios de suficiencia.
Los especialistas coincidieron en que la fertilidad del suelo debe entenderse de forma integral, abarcando lo químico, lo físico y lo biológico. Decidir basándose en datos concretos, pensar en el largo plazo y trabajar con estrategias sostenibles es fundamental para garantizar suelos vivos, productivos y preparados para mantener una agricultura que siga ofreciendo frutos en el presente y en el futuro.
