La discusión sobre el impacto de las pantallas en el desarrollo infantil se intensifica, ya que expertos concluyen que el verdadero problema no radica en el tiempo de pantalla, sino en el contenido y el contexto en el que los niños interactúan con la tecnología. En un entorno donde los dispositivos digitales son omnipresentes, la pregunta ya no es si los menores deben tener acceso, sino cómo y con qué propósito.
Recomendaciones de uso de pantallas
La Asociación Americana de Pediatría (AAP) sugiere que los menores de 18 meses eviten el uso de pantallas, salvo para videollamadas, y que entre los 18 y 24 meses se limite a contenidos de calidad y en compañía de adultos. Para niños de dos a cinco años, la recomendación es no exceder una hora diaria, priorizando siempre contenidos educativos. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece un máximo de una hora diaria para niños de dos a cuatro años, y de dos horas para los de cinco a 17 años.
Riesgos de la exposición frecuente
Los estudios indican que el uso prolongado de dispositivos electrónicos puede causar fatiga ocular, sequedad visual y miopía infantil. Es preocupante que estas pantallas reemplacen actividades esenciales como el juego libre y la interacción social, aumentando así la probabilidad de obesidad y problemas de aprendizaje. En el ámbito neuropsicológico, los hallazgos son más complejos: se ha demostrado que la calidad de la experiencia y la supervisión de un adulto son factores vitales para el aprendizaje efectivo.
Un análisis de The Conversation destaca que la exposición pasiva a contenido sin interacción activa puede llevar a alteraciones cognitivas. Incluso, tener la televisión encendida en segundo plano puede interferir en el juego y la atención de los niños.
La clave está en el contenido. La exposición temprana a materiales no apropiados para su edad se vincula con problemas de atención y retrasos en el desarrollo del lenguaje. Aunque no se establece una relación causal directa, sí hay una correlación entre el consumo indiscriminado de pantallas y un menor nivel de activación cerebral en áreas críticas para el control ejecutivo.
Por otro lado, el contenido educativo y diseñado para niños ha mostrado resultados positivos. Programas digitales que fomentan la atención y las funciones ejecutivas en niños de cuatro a seis años han reportado mejoras en inteligencia y memoria de trabajo.
Asimismo, intervenciones digitales han demostrado ser beneficiosas para niños en situaciones de vulnerabilidad psicosocial, estimulando su memoria y autorregulación. En el caso de niños con autismo, el uso de herramientas digitales ha contribuido a mejorar su atención e interacción social.
A pesar de los aspectos positivos, es fundamental recordar que la tecnología no puede sustituir la importancia del juego libre y la interacción social. El desafío radica en encontrar un equilibrio que respete los tiempos de desarrollo infantil, usando la tecnología como una herramienta que complemente, pero no reemplace, las experiencias vitales de los niños.