El presentador Jimmy Kimmel ha estado al frente de su programa nocturno durante más de dos décadas, convirtiéndose en una de las figuras más influyentes de la televisión en los Estados Unidos. Sin embargo, hace unas semanas, Jimmy Kimmel Live! fue abruptamente retirado de la programación, dejando a millones de televidentes en la incertidumbre y al propio Kimmel con la sensación de que su carrera había llegado a un punto sin retorno.
La suspensión se produjo tras un monólogo del 15 de septiembre en el que Kimmel criticó la cobertura mediática relacionada con el asesinato de Charlie Kirk. En respuesta, Brendan Carr, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), exigió acciones contra el presentador, lo que llevó a las afiliadas Nexstar y Sinclair a retirar el programa de sus señales. Esta decisión fue apoyada por Disney, propietario de ABC, que eligió congelar el programa para evitar un conflicto legal con los reguladores.
Durante la desaparición de Kimmel de la pantalla, no se emitió ningún comunicado oficial, lo que generó especulaciones sobre el futuro del programa. Desde su hogar, el presentador observaba cómo su programa se convertía en un símbolo de la tensión política actual. La intervención de Carr fue inusual, pues amenazó con investigar a las estaciones que decidieran continuar transmitiendo el programa, sugiriendo hasta la posibilidad de retirar licencias.
En medio de este tumulto, Kimmel inició conversaciones con ejecutivos de Disney, incluyendo a Bob Iger y Dana Walden, en busca de una solución que no implicara ceder ante las presiones externas. Kimmel se mantuvo firme en no disculparse ni aceptar condiciones que comprometieran su integridad. Este dilema llevó a Disney a enfrentarse a un desafío público: decidir si ceder ante las exigencias gubernamentales o defender la continuidad de su programa.
Finalmente, el 23 de septiembre, Kimmel regresó a la televisión con un monólogo que él mismo escribió, sin la intervención de los editores, donde explicó su postura y cómo sus palabras habían sido distorsionadas. En ese momento, el público desconocía que Kimmel había estado preparado para despedirse de su programa, como reveló más tarde en un evento de Bloomberg Screentime, al afirmar: “Creí que se había acabado. Le dije a mi esposa: “Eso fue todo””.
A pesar de las circunstancias, su regreso no solo marcó su vuelta, sino que logró la mayor audiencia en la historia del programa, alcanzando 6.3 millones de televidentes en una noche que se convirtió en un acto de resistencia pública. La alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, lo describió como “una gran victoria”.
La experiencia dejó a Kimmel con una nueva perspectiva sobre la estabilidad de su programa. La suspensión dejó en el aire una importante advertencia sobre los límites del humor político, sugiriendo que estos ya no se determinan únicamente por productores o anunciantes, sino que ahora están sujetos a la influencia de organismos federales y conglomerados que libran guerras culturales desde las sombras.
El caso de Kimmel es un claro ejemplo de cómo un presentador de comedia puede convertirse en un defensor del derecho a expresarse sin temor a represalias. Hoy, sigue al aire, pero con una nueva realidad en el panorama de la televisión estadounidense.
