En los inicios de la Colonia, cuando la identidad mexicana comenzaba a gestarse, la Ciudad de México se convirtió en el escenario de numerosas leyendas y milagros, surgidos para premiar la lealtad y prevenir vicios. A pesar de las advertencias legales contra quienes se atribuyeran poderes sobrenaturales, una mujer logró engañar al Santo Oficio.
Según la historia, doña María de Poblete descubrió un milagro oculto mientras su esposo, Juan Ribera, se encontraba incapacitado. Con la necesidad de mantener a sus seis hijos y frustrada por la ineptitud de los tratamientos médicos de la época, decidió recurrir a un enfoque más espiritual. María tomó los panecillos elaborados por las monjas de Santa Teresa de Ávila, los pulverizó y los mezcló con agua, con la intención de curar a su marido.
Para su asombro, al observar el jarro, el panecillo había reaparecido intacto. Tras consumir este “milagroso” alimento, Juan Ribera se levantó curado. La fama de este milagro se propagó rápidamente, impulsada por el hermano de María, Juan de Poblete, un eclesiástico respetado que decidió dar a conocer el suceso.
El relato de la intercesión de la Santa, gracias a las manos de María, llegó a oídos de muchos, incluyendo a nobles y religiosos. En 1648, para consolidar la creencia en el milagro, María solicitó a un amigo escribano que diera fe de su autenticidad. A pesar de las inspecciones del Santo Oficio en 1653, figuras religiosas como fray Buenaventura de Salinas aprobaron el milagro, lo que llevó a la celebración de este en la Catedral de México en 1677.
Con el tiempo, la historia del milagro se volvió cada vez más extraordinaria. Se construyó una capilla en la casa de su hermano, donde María realizaba el milagro y, sorprendentemente, los panecillos comenzaron a aparecer espontáneamente. Este fenómeno causó tal revuelo que algunos de estos panecillos fueron enviados a Lima y España, donde fueron venerados durante siglos.
A pesar de que existieron intentos por desenmascarar a María, especialmente por parte de un grupo de frailes carmelitas, el Santo Oficio optó por el silencio. Acusar a María de charlatanería podría haber desencadenado una crisis en la credibilidad de la iglesia. Así, su historia continuó, y María de Poblete se convirtió en parte del folclore colonial, falleciendo en 1687 con la reputación de haber realizado milagros.
María fue enterrada en la capilla de San Felipe de Jesús, en la Catedral Metropolitana, donde su legado perdura, envuelto en la fascinación de la historia novohispana.
