El reciente encuentro en Tianjin ha marcado un hito en la configuración del orden mundial, donde las potencias emergentes se han manifestado con fuerza. La Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS) reunió a líderes de más de 26 países, que representan cerca de 4,000 millones de habitantes, para establecer las bases de una nueva doctrina de gobernanza global, donde el poder se distribuye de manera más equitativa.
Un bloque en ascenso
La OCS, que incluye a China, Rusia, India, Pakistán e Irán, entre otros, ha crecido en importancia. Desde 2001, su participación en el PIB mundial ha pasado del 5% a más del 24%, mostrando su relevancia en la economía global. Esta cumbre no solo conmemoró el 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y de la ONU, sino que también discutió una hoja de ruta para la OCS con proyección hacia 2035.
La cumbre resalta un mensaje claro: las potencias intermedias deben ser escuchadas y tienen un papel crucial en el futuro del multilateralismo. A pesar de las diferencias culturales y de intereses, la OCS busca promover un mundo multipolar, donde la estabilidad y la paz sean prioridades.
Desafíos y oportunidades
Es evidente que este proceso no estará exento de dificultades. Las naciones involucradas tienen cosmovisiones distintas y enfrentan desafíos internos y externos. Sin embargo, el bloque se presenta como una respuesta organizada a las políticas erráticas de occidente, especialmente en el contexto de la guerra comercial y las tensiones tecnológicas con Estados Unidos.
Durante la reunión, se enfatizó la necesidad de un mercado global más justo y razonable, lo que indica un claro rechazo al “hegemonismo y la política del más fuerte”. Este nuevo enfoque busca unir a naciones con diferentes sistemas de gobierno bajo un mismo objetivo: el desarrollo económico y humano.
China, en particular, ha usado este espacio para reafirmar su posición como un líder estable y confiable. A medida que se aleja de su aislamiento internacional, también demuestra su capacidad para ser un socio estratégico para países emergentes, aprovechando el descontento hacia las políticas de Washington.
El evento culminó con un desfile militar en la plaza de Tiananmen, donde se celebró la victoria de China sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, simbolizando la fortaleza militar y la modernización que ha alcanzado el país. Este despliegue también refleja las tensiones actuales en torno a Taiwán y recalca la importancia de la alianza entre Rusia y China.
Las relaciones entre estas naciones se han fortalecido, especialmente en el contexto de las sanciones impuestas a Rusia tras la guerra en Ucrania. La cooperación económica entre China y Rusia se ha intensificado, posicionando a ambos países como aliados estratégicos en un mundo que se redefine ante los ojos de un occidente debilitado.
En conclusión, el encuentro en Tianjin no solo representa un cambio en el balance de poder global, sino que también abre la puerta a un futuro donde las potencias emergentes jugarán un papel crucial en la definición de las nuevas reglas del juego internacional.
