En un bar del centro de Moscú, a pocos pasos del Kremlin, un comediante se enfrenta al desafío de hacer reír en un contexto donde la libertad de expresión está severamente restringida. En medio de un modestísimo público, el artista intenta romper el hielo con un chiste que no logra el efecto esperado, dejando un incómodo silencio en la sala. Este momento refleja la realidad de los comediantes rusos que, en tiempos de guerra, deben navegar un delicado equilibrio entre el humor y la censura.
El stand-up en tiempos de represión
Desde la invasión a gran escala de Ucrania en 2022, el stand-up en Rusia ha perdido su carácter provocador. La represión del presidente Vladimir Putin ha asfixiado esta forma de arte, obligando a los comediantes a evitar temas políticos, religiosos o cualquier contenido que pueda ser considerado ofensivo. Según los artistas, el hecho de hacer un chiste equivocado podría llevarlos directos a la cárcel.
El comediante Artemy Ostanin, por ejemplo, fue arrestado por una broma que hizo sobre un hombre sin piernas en el metro de Moscú. Aunque no mencionó la guerra, fue denunciado por blogueros militares y enfrenta hasta seis años de prisión por presunta incitación al odio. “Ahora puedes bromear sobre la familia o el metro, pero ni una pizca de política”, comentó un comediante que prefirió permanecer en el anonimato por el riesgo de arresto.
La lucha por la risa
El humor negro ha sido reemplazado por chistes inofensivos que, aunque permiten a los comediantes seguir en el escenario, no abordan las tensiones políticas que permeaban el ambiente antes del conflicto. Denis Chuzhoy, que actualmente realiza presentaciones fuera de Rusia, recuerda cómo la presión de las autoridades lo llevó a dejar de lado sus chistes sobre política, aunque su deseo de hacer reír nunca se desvaneció. En sus shows, ahora mezcla temas de autoestima con la crítica sutil a su situación, como lo hizo al referirse a las amenazas de muerte que ha recibido.
En este nuevo contexto, los comediantes rusos hablan de la absurdidad de la vida cotidiana, pero siempre con un ojo en el público, consciente de que cualquier comentario desafortunado podría tener graves consecuencias. “La gente está más tensa cuando escucha chistes sobre política. Se siente como si tuvieran que pensar dos veces antes de reaccionar”, explica uno de ellos.
Sin embargo, a pesar de la represión, hay un deseo palpable entre los comediantes de seguir explorando su arte. Un coanfitrión en un reciente espectáculo expresó que la situación actual solo los hace más fuertes. “No debemos olvidar que esto es arte. Puede tratarse de temas atemporales que siempre serán relevantes”, afirmó, mientras que sus colegas asintieron en señal de acuerdo.
En conclusión, la comedia en Rusia se enfrenta a un futuro incierto. Los comediantes deben ser astutos y creativos para encontrar nuevas formas de hacer reír sin cruzar las líneas peligrosas que han sido trazadas por un gobierno cada vez más autoritario. Y aunque la libertad de expresión se haya visto severamente limitada, el deseo de encontrar la risa en medio de la adversidad sigue vivo.