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Estilo de Vida

El agotamiento como nuevo estatus social y sus consecuencias

La cultura de la ocupación convierte el descanso en un lujo injustificable.

En la actualidad, el cansancio se ha transformado en un estatus social que se celebra como un trofeo. La saturación de actividades se ha vuelto sinónimo de éxito personal, donde frases como “no he parado en todo el día” se pronuncian con un aire de victoria, como si se regresara de un campo de batalla.

La hiperconectividad y la autoexplotación han llevado a que descansar se considere sospechoso. No saber estar ocupado se asocia con el fracaso, y el calendario se ha convertido en una vitrina que muestra cuán útiles somos. Decir “estoy lleno esta semana” es una especie de credencial que valida nuestra existencia en este entorno laboral.

La jornada laboral ha invadido la vida personal, eliminando las fronteras entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre. Actividades que antes se realizaban fuera del horario laboral ahora se llevan a cabo en cualquier lugar, incluso en la cama o en el baño, lo que refuerza la idea de que el compromiso es estar constantemente disponible.

En este contexto, descansar se siente como un lujo que necesita ser justificado. Dormir ocho horas se percibe como un signo de pereza, mientras que las vacaciones son vistas como evasión. Incluso el ocio ha sido colonizado por la productividad, donde actividades simples se convierten en tareas que deben ser “monetizadas” o “valoradas”.

El sentimiento de culpa se convierte en un malware silencioso que invade nuestro tiempo libre, donde la mente permanece activa, sintiendo que siempre se debe hacer algo útil. Este ciclo de autoexplotación se perpetúa en una sociedad que mide el valor personal en función de la productividad, haciendo que incluso quienes predican el equilibrio y la atención plena se sientan abrumados.

Frente a esta presión constante, el cansancio emerge como una respuesta legítima. Este agotamiento no debe verse como una debilidad, sino como una forma de resistencia del cuerpo y la mente, que claman por un descanso que la agenda no permite. La fatiga es el recordatorio de que no somos máquinas, y deberíamos revalorizar el derecho a estar cansados.

Reivindicar el derecho a descansar es también aceptar que existe un valor en simplemente ser, sin la necesidad de demostrar rendimiento. La verdadera revolución podría radicar en detenernos sin culpa, en reconocer el descanso como un espacio humano y necesario. Al final, quizás lo más valiente que podemos hacer es aceptar que estamos cansados, y que eso es completamente válido.

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