En un momento de profunda reflexión, la escritora Olga de León G. expresa su deseo de poder planificar y crear uno o dos borradores antes de plasmar sus ideas en la computadora. Sin embargo, se enfrenta a la falta de tiempo y paciencia, lo que la lleva a cuestionar el proceso de escritura. “¿Sobre qué debo escribir?”, se pregunta cada vez que se sienta frente a la pantalla, buscando un tema que capte la atención del lector desde la primera línea.
Este dilema es recurrente y, a menudo, se siente perdida al enfrentarse a la hoja en blanco. A pesar de la incertidumbre, decide comenzar a escribir, con la esperanza de que las ideas fluyan mientras presiona las teclas. A menudo, su escritura es rápida y sin autocorrecciones en el momento, dejando la revisión para más tarde. Su experiencia le ha permitido confiar en sus instintos, obteniendo resultados satisfactorios en la mayoría de las ocasiones.
A pesar de su deseo de planificar, admite que la falta de tiempo y la necesidad de equilibrar las tareas cotidianas la distraen de su objetivo de escribir una novela. Olga reflexiona sobre las preocupaciones comunes de la vida, como las cosas que no hemos logrado debido a nuestras prioridades incorrectas. Se encuentra inmersa en tareas que otros podrían considerar triviales, como limpiar y organizar su espacio, lo que refleja una lucha interna entre el deber y la creatividad.
La escritora menciona que su vida parece pasar rápidamente sin haber escrito esa novela que anhela. Se siente atrapada entre la pereza y el deseo de crear, cuestionando su motivación cuando hay tantas obras maestras ya existentes. Sin embargo, reconoce que ha desarrollado una narrativa a través de cuentos que podrían conectarse para formar una novela coherente.
En un giro de su narrativa, se presenta la historia de la señora Ruth, quien escucha voces de niños y se preocupa por la seguridad de su hijo. Cuando abre la puerta, se encuentra con una situación alarmante: su hijo ha sufrido un accidente en su bicicleta. Sin dudarlo, lo lleva al hospital, rogando por su bienestar mientras el niño observa el tráfico desde el asiento trasero.
El relato de Ruth se entrelaza con la vida cotidiana de otros personajes, como un conductor de carroza fúnebre que se apresura a cumplir con su trabajo. A través de estos encuentros, se exploran las pequeñas historias que definen nuestro día a día, dejando una impresión duradera sobre la fragilidad de la vida y el valor de las conexiones humanas.
Al final, Olga se compromete a volver a su cuento inconcluso, con la esperanza de encontrar claridad y precisión en su escritura en el futuro. Con cada palabra, busca no solo contar historias, sino también conectar con sus lectores de una manera significativa.