La filósofa francesa Simone de Beauvoir reflexionó profundamente sobre la vejez, un tema que muchas personas evitan. En su obra “La fuerza de las cosas”, publicada en 1963, de Beauvoir se posicionó ante la realidad de estar “en el umbral de la vejez” a los 55 años, lo que la llevó a observar cómo tanto hombres como mujeres tienden a ignorar lo que les resulta incómodo y a negar lo inevitable.
En su ensayo titulado “La vejez”, lanzado en 1970, la autora de “El segundo sexo” expresó su consternación ante la indignación que causó su afirmación de que la vejez es una etapa ineludible, especialmente para las mujeres. Ella notó que, a menudo, la sociedad ignora la vejez como un “secreto vergonzoso” del que no se debe hablar. Afirmó que la literatura sobre la infancia, la adolescencia y la adultez es abundante, mientras que las referencias a la vejez son escasas, una realidad que, según ella, podría haber cambiado en la actualidad.
De Beauvoir señaló que, a pesar de que muchos individuos alcanzarán la vejez, pocos la contemplan como una etapa de la vida que se avecina. “Nada debería ser más esperado, nada es más imprevisto que la vejez”, escribió. Para ella, la falta de preparación frente a este periodo vital es notable, especialmente entre los jóvenes, quienes tienden a visualizar su futuro como si la vejez no fuera parte de él.
La filósofa también abordó la percepción negativa que se tiene sobre la vejez, que a menudo es vista como una desgracia, a diferencia de la adultez, que se asocia con ventajas. A medida que la ciencia avanza, se ofrecen promesas de una vejez más activa y saludable, pero de Beauvoir advirtió que estas son solo promesas y no garantizan la elusión de lo inevitable.
Un aspecto crucial de su análisis es el llamado a enfrentar la realidad de la vejez y reconocerla como parte de la condición humana. De Beauvoir argumentó que es esencial ver a los ancianos como seres humanos plenos, en lugar de deshumanizarlos. Criticó la imagen dual que se tiene sobre los viejos: como sabios o como locos, ambos casos alejándolos de la humanidad y negándoles su derecho a tener deseos y sentimientos.
Finalmente, su ensayo no solo aborda la percepción personal de la vejez, sino que también critica las condiciones de vida que enfrenta una gran parte de la población anciana, donde la expresión “viejo y pobre” se ha vuelto común. La filósofa concluyó que el silencio sobre la vejez debe romperse, ya que es un reflejo del fracaso social y civilizacional.