La vida de Nacho Guzmán cambió de rumbo tras un diagnóstico inesperado: un aneurisma gigante de la carotídea oftálmica izquierda, descubierto a raíz de una tomografía que se realizó debido a una sinusitis. Este joven de 12 años, que había sido seleccionado para representar a su equipo de basquetbol en La Rioja, se vio de pronto enfrentado a una realidad aterradora.
Un diagnóstico que sacudió a la familia
Nacho, un chico feliz y deportista, siempre había sido parte de una familia unida por el amor al deporte. Sus padres, Gabriel y Emilia, dedicaron su vida a apoyar a sus cuatro hijos en sus actividades deportivas. Desde los seis años, Nacho se inclinó por el basquetbol, donde rápidamente destacó por su talento. Sin embargo, en agosto de 2012, su vida dio un giro drástico.
El día que su padre, Gabriel, recibió la impactante llamada del especialista, la incertidumbre invadió a la familia Guzmán. “Mirá, me gustaría que te acerques porque lo que vemos no nos gusta”, le dijeron. En ese momento, el mundo de Gabriel se detuvo. La noticia era devastadora: un aneurisma puede ser fatal si se rompe, y el temor se apoderó de ellos.
“Estábamos aterrados. Uno de los médicos nos dijo: ‘No puede ni tirarse un pedo fuerte porque es peligrosísimo’”, recuerda Gabriel, quien no podía imaginar que la sinusitis de su hijo lo había llevado a descubrir un problema tan grave.
La lucha por la salud de Nacho
Las horas que siguieron fueron de pura angustia. La resonancia magnética confirmaría el hallazgo, y las posibilidades de una operación se activaron de inmediato. “Si el médico le hubiese recetado un antibiótico sin estudios, nunca nos hubiéramos enterado de lo que tenía”, reflexiona Gabriel.
La urgencia por actuar era inminente. Un neurocirujano en Paraná les informó que no podía operar el aneurisma, y los derivó a un especialista en Rosario. “Cada segundo contaba, y la angustia crecía”, añade Gabriel, quien se vio en la necesidad de actuar rápidamente.
Tras el primer intento fallido de la cirugía, el 4 de septiembre de 2012, los médicos lograron colocar el stent necesario para tratar el aneurisma. Sin embargo, el camino hacia la recuperación fue largo y lleno de obstáculos. Nacho pasó diez días internado, y la vida sin el deporte que tanto amaba se volvió una prueba difícil para él y su familia.
“Era desesperante verlo quieto”, admite Gabriel, quien se sintió impotente al ver a su hijo alejado del basquetbol. La situación llevó a la familia a replantearse su enfoque. La vida de Nacho dependía de evitar cualquier golpe o esfuerzo físico.
Desafiando los riesgos y volviendo a la cancha
Con el tiempo, y tras meses de terapia, la madre de Nacho comenzó a ceder ante el deseo de su hijo de volver a jugar. “La convicción de volver fue paulatina, pero Nacho anhelaba regresar a la cancha”, comenta Gabriel. “Era como verlo morir de a poco, sentado frente a un videojuego”.
Finalmente, después de seis meses, Nacho volvió a jugar. “Cada vez que lo veía correr y encestar, me llenaba de alegría, pero el miedo seguía ahí”, confiesa Gabriel. La familia aprendió a vivir con la incertidumbre y a valorar cada momento juntos, sabiendo que el camino hacia la recuperación estaba lleno de desafíos.
Hoy, Nacho tiene 26 años, es profesor de educación física y entrenador de basquetbol, y ha logrado superar los obstáculos que la vida le presentó. “Aprendí que, ante la adversidad, hay que redoblar la apuesta y seguir adelante”, reflexiona con madurez. Su historia no solo es un testimonio de valentía, sino también de la fortaleza que se encuentra en la familia y en la comunidad.
Gabriel, por su parte, reconoce que esta experiencia fue una lección de vida invaluable. “Aprendí a ver la vida de otra forma. Nunca olvidaremos el apoyo que recibimos de aquellos que se mostraron empáticos en nuestros momentos más difíciles”, concluye.