En la madrugada del 30 de septiembre de 1974, el general Carlos Prats, ex comandante en jefe del ejército chileno, fue asesinado en Buenos Aires. La tragedia ocurrió cuando Prats detuvo su auto, un Fiat 125, frente a su hogar en el barrio de Palermo, mientras su esposa, Sofía Cuthbert, lo esperaba dentro del vehículo. A pesar de las amenazas de muerte que había recibido desde su exilio, Prats no imaginó que esa noche sería la última.
Cuando el general se dirigía a abrir el garaje, una explosión devastadora lo fulminó. Sofía Cuthbert, que permanecía en el automóvil, también perdió la vida instantáneamente. La explosión fue tan potente que destruyó el vehículo y lanzó escombros a más de 50 metros, dejando una escena dantesca en la acera, sin que ninguna patrulla de policía llegara de inmediato al lugar.
El contexto político en Argentina era tenso. En ese momento, el país estaba bajo un régimen interino, con Raúl Lastiri en el poder y el peronismo comenzando a tomar un rumbo más derechista. Aunque Prats no participaba activamente en la política argentina, su figura se había convertido en un obstáculo para la dictadura chilena de Augusto Pinochet, quien había ascendido tras el derrocamiento de Salvador Allende.
La investigación inicial del atentado fue encomendada al juez en lo Penal Alfredo Nocetti Fasolino, quien no logró identificar a los responsables en ese momento. Sin embargo, años después se conoció que el ataque había sido llevado a cabo por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) chilena, incluyendo a Enrique Arancibia Clavel, quien había estado involucrado en otros crímenes políticos previos.
Nacido en Talcahuano en 1915, el general Prats había sido una figura clave en la defensa de la democracia en Chile y un cercano colaborador de Allende. Su cercanía con el presidente y su defensa de un gobierno legalista lo convirtieron en un blanco para los sectores más radicales del ejército, especialmente después de un incidente en 1973 que provocó su renuncia como ministro del Interior.
Tras el golpe de estado en septiembre de 1973, Prats se exilió en Argentina, donde continuó recibiendo amenazas. A pesar de su intento de vivir en paz, su vida fue truncada por un atentado que no solo significó la pérdida de un militar demócrata, sino que también evidenció la brutalidad de las dictaduras en la región.
El asesino, Arancibia Clavel, había sido un espía con experiencia en crímenes políticos, y su carrera en el espionaje continuó hasta su detención en 1978. Aunque fue condenado a cadena perpetua en los años 90 por su rol en el asesinato de Prats, él logró salir en libertad condicional en 2007, solo para ser asesinado en un violento episodio en 2011.
Este trágico evento no solo marcó un capítulo oscuro en la historia de Chile y Argentina, sino que también simboliza la lucha por la justicia y los derechos humanos en América Latina.