Imagen de portada: Horizonte de “tierra de nadie” — fronteras rotas y luces de esperanza al fondo.
Por Roland Denis
Criterios de análisis 3: Tierra liberada del Estado mafioso… el goce de lo colectivo
“…para que una política sea emancipativa e inmediatamente dispuesta a todos, independientemente de la situación concreta de luchas y conflictos de donde necesariamente debe nacer (la política no desciende del cielo), debe tener la capacidad de abrir una experiencia de pensamiento y acción en ruptura con las condiciones que rigen el lugar de su invención”.
— Raúl Cerdeiras, Subvertir la Política
¿Qué queda de toda esta historia?
La fecundidad regresiva de aquel proceso de permanente saqueo de la renta —somos el país con mayor fuga de divisas per cápita del mundo— unida al deterioro territorial, nos obliga a preguntarnos por el Quo Vadis: ¿dónde están los sujetos dispersos que, en pequeños rincones aún luminosos, resisten al Estado mafioso, al paramilitarismo y al narcotráfico?
¿Quién está en capacidad de romper la lógica del Estado mafioso en estas circunstancias?
Ante el saqueo y el quebrantamiento territorial siempre hemos apelado por una estrategia de reconstrucción nacional desde abajo, pero en este caso con mucho mayor énfasis recogemos el principio gramsciano de lo nacional-popular; allí donde un movimiento asume su plena condición política trascendiendo el determinismo económico y social de los sujetos —“pueblo-pobre-clase trabajadora”— que lo promueven. Efectivamente decimos nacional porque el problema ya no se circunscribe a lo simple “popular”. Esta es una olla que nos sancochó a todxs, sacando claro está a los super ricos de la última fiesta en el Hotel Tamanaco, que mortificados por la “revolución” —un divino temor gozoso— se están quedando con TODO.
La disolución de la verdadera fuerza política, ordenatoria, hegemónica, con capacidad de visión conjunta y nacional, de parte de un gobierno-Estado que asume cada vez más la lógica de un tinglado mafioso dejando en situación de una “tierra de nadie” la realidad física y material del territorio que asumimos como nuestra nación y nuestra tierra, nos hace tomar conciencia no solo de nuestra precaria y calamitosa situación como pueblo, sino además de algo que, aún bajo el clamor de una revolución que se llamó “bolivariana”, no pudo lograr: la verdadera dimensión nacional de la crítica situación en la que estamos metidos. No en vano el éxodo masivo de compatriotas al exterior nos habla del fin definitivo de una falsa nacionalidad sustentada en leyendas heroicas pretéritas y sueños por el provecho individual de los repartos actuales de una renta cuya siembra definitiva quedó en unas cuantas miles de cuentas de la banca internacional.
La primera conclusión entonces es que estamos ante un “momento verdadero”, un punto realmente crítico —como lo llamaron los viejos compañeros del PRV—. Es la verdad como radicalidad del momento, frente a la farsa mentirosa que se reparten a partes iguales las fichas políticas de oposición y gobierno, donde priva la conciencia del “vende-patria; tráeme dólares que yo te regalo una nación que controlo”. Momento verdadero, definitivo, de encrucijada, que nos ayuda también, y a pesar de todo, a sacar una segunda conclusión provisional: esa verdad del momento lo convierte en algo extra-ordinario (con el perdón de los millones de compatriotas dolientes).
Estamos ante una realidad donde se van afinando de manera cada vez más sistemática elementos de una “conspiración entrópica y despolizante”, es decir, des-comunitarizante (allí donde yo no me siento parte de ningún conjunto humano que reafirme mi voluntad de vida, lo que el filósofo Spinoza llamaba Conatus), que va invadiendo uno tras otro universo social, lo desordena, empobrece y caotiza, quebranta por partes y finalmente rompe el territorio entero, hasta traspasar clases sociales y extenderlo hacia un deterioro nacional generalizado —de hombres, sujetos sociales, entornos institucionales, ambientales y físico-instrumentales—. Solo basta ver lo que ocurre en los puertos, y en lo que convirtieron, entre el Seniat y la Guardia Nacional, toda la economía de importación y sus consecuencias en la explosión hiperinflacionaria: más que simple corrupción, una barbarie criminal.
Esto no es una situación exclusiva de Venezuela; las estrategias caotizantes son hoy la táctica imperial más agresiva allí donde se requieren, cuyo peor episodio comenzó con Yugoslavia y su balcanización a finales del siglo pasado, y hoy continúa en el Medio Oriente desde el norte y centro de África hasta Pakistán —lo que Antonio Negri llama la “guerra civil global”-. Solo que esa misma estrategia, por acá, adopta una forma distinta: lo que hemos sintetizado como Estado Mafioso (véanse los trabajos de Alain Joxe y la estrategia de la OTAN y del alargement posguerra fría). A diferencia de los contextos de invasión, guerra y terrorismo, sobre nuestros países se aplica una línea de somalización y balcanización caótica, desde una guerra que corre por dentro de la sociedad, permitida y finalmente promovida por facciones de Estado cada vez más poderosas que toman las riendas institucionales y operan con los códigos mafiosos a los que nos referimos.
Enfrentar el hecho nacional
Enfrentar el hecho nacional es posiblemente el lugar que los movimientos populares —que han estado en una lucha creadora— nunca supimos armar ni mirarnos a nosotros mismos; un poder que no supimos asumir por limitaciones formativas, organizativas, micro y macro caudillismos, etc., que en otro momento hemos tocado, pero que en este caso resumimos con la clave del “límite de la montonera”. Si no se armó en toda su fuerza el triángulo imprescindible: bloque popular-organización-ejército popular, con un claro propósito de poder-tomar, de poder-hacer y crear, de poder-pensar, de poder-decidir y de poder-luchar y vencer frente a las relaciones de dominio que siempre nos han impuesto, es porque ese poder eminentemente político nunca terminó de construirse y no terminó de hacerse un acto autónomo, de ejercicio constituyente permanente a distancia del Estado. “El pueblo”, después de salir a pelear su lugar frente a las conspiraciones oligárquicas a principios de siglo, como presencia protagónica y determinante en su conjunto, no ha pasado de ser simbólico: es solo el enunciado principal de su comandante-caudillo y hoy de la mafia en el poder. Ese es el problema que les pasa a las montoneras victoriosas una y otra vez en la historia nuestramericana: luego de su victoria parcial se tiran a los brazos del jefe amado que enuncia a su pueblo, que “lo ama”, pero ambos mueren en la absoluta im-potencia hasta que comienza de nuevo el ciclo regresivo, como en efecto lo estamos viendo y padeciendo.
La Nación retomada por la lógica de Gobierno Popular; reconstruir el goce de lo colectivo
“Bajo tierra”, quedamos los restos libertarios de una historia, absortos en una situación que muchos no terminan de entender, o sin posibilidad de unir cognitivamente las partes que la hicieron posible, o simplemente con miedo a hacerlo, o con últimos intereses e ilusiones de seguir oyendo a presidentes y burócratas hablar de socialismo. Pero aún así somos un resto lleno de potencia que necesita rehacerse como organización con capacidad de retejer, volver a bordar un territorio que ha quedado totalmente roto y fragmentado, convertido en el retrato expansivo de la caterva gansteril gobernante.
Estos nuevos tejedores ya brotan sobre centenares de rincones regionales. En una reunión con amigos en Mérida los ojos brillan, la sonrisa se reencuentra, las manos trabajan sobre la cocina para que todos nos sintamos bien y en buen humor. Chocolate, maíz, paredes llenas de dibujos hechos a diversas manos. El alimento y el placer de ser “un pueblo”, un pueblo amante, viene de nuevo. La reunión trae ese goce porque es el fruto de una lucha que se está dando y ha encontrado los primeros rincones de su victoria.
Claramente, con una bolsa de café en mano que trae por centenas en un viejo camión desde una comuna en Portuguesa, el amigo reconoce su satisfacción y expresa: ¡qué jodido, pero está logrado, esto se hizo sin necesidad de ningún Estado! Toda una red de productores y asociaciones de consumidores. La estrategia se ha aclarado sobre la marcha concreta de los hechos y la energía vital aparece de nuevo.
El frente campesino Maisanta logra establecer una coordinación de miles de productores sobre Barinas y Apure, creando un fondo común y mercados populares que ya sobrepasan las treinta mil hectáreas productivas. Así revientan el mercado contrabandista facilitado por la guardia y van absorbiendo instancias de Estado como los CLAP, pero en este caso para que sirvan de lugar, en los próximos meses, para distribuir directamente los productos aquí producidos. De los acumulados ya se cuentan fondos para garantizar la red de transporte y hasta se habla de abrir por cuenta propia caminos y veredas de campo.
No hay desvaríos lingüísticos, representativos y politiqueros en todo esto: es articulación, inteligencia; una batalla silenciosa, subterránea como la gran batalla que imaginó José Martí antes de la guerra final. Son expresiones —así sea de un fragmento, un resto de la realidad— que redescubre la felicidad allí donde meses atrás se veía todo perdido. La técnica, el recurso instrumental con que se cuenta (una máquina de procesamiento de cereal, una bomba de agua, un vehículo sin estética de ningún tipo, una computadora que ordena los canales comunicativos y las cifras, el trozo de tierra con que se cuenta) ha dejado de ser el monstruo tecnocrático o inapropiable, ha dejado de ser un territorio imposible, para terminar de convertirse en la expansión de un cuerpo que goza su resquicio de libertad. Siente de nuevo lo que el líder kurdo Öcalan llamará “la vida libre”.
Si en algún momento se apuntaló el “goce de lo colectivo” como punto clave de la construcción revolucionaria (hoy atacado por la contrarrevolución del hambre y la fragmentación del espíritu colectivo), ahora ha de revalorizarse desde un punto de vista estratégico —no como proyectos en manos de una oficina gubernamental que decidirá si será posible o no. El cambio de foco de lo que es nuestro punto de goce, desde la venta, la ganancia y el consumo propios de una sociedad individualizada, hacia la interacción colectiva, creadora y productiva, es el principal nudo político y cultural a resolver dentro de un territorio nacional convertido en “tierra de nadie” por los mismos códigos de acumulación de capital que imperan acá. No tiene ningún sentido repensar el hecho político frente a esta derrota del ciclo revolucionario que comenzó en el ’89, si antes no recuperamos nuestra tierra con un verdadero sentido nacional. Re-conocernos en lo que es nuestro y posee las condiciones no es tarea de “hippies” sino de la estructura revolucionaria que ha de crearse en los próximos años.
Sobre los estados Barinas, Apure y los corredores territoriales que cruzan Portuguesa, Trujillo, Lara, partes del sur del lago y las montañas andinas, crecen unidades asociativas de productores que, en resistencia frente a los mercados mafiosos y monopólicos, empiezan a hacerse “nación”. Si las colas de gente desesperada por encontrar comida inasequible son el inicio de la derrota de un pueblo, no queda otra salida que fabricar la organización revolucionaria a partir de la reterritorialización de la iniciativa orgánica y el rescate directo de los medios de producción.
Tierra, transporte, red de mercados, red asociativa de consumidores, capacidad comunicacional y de defensa, organización de corredores territoriales comunales y constitución de parlamentos populares, coordinación con las instancias obreras y comunitarias que se han soltado de las cadenas burocráticas son las premisas estratégicas de esta nueva etapa que va al nudo esencial de lo nacional.
La invasión bajo lógicas paramilitares, que luego van tomando la forma de una gran mafia que se va “haciendo Estado”, no tiene otro sujeto de confrontación sino el espacio vital que ellas mismas van tomando. Ese “tercer actor” que muchas veces se busca sobre el plano electorero y su estallido mediático es una batalla de antemano perdida.
Como vemos —incluso a nivel continental—, la disputa revolucionaria, una vez debilitados primero los grandes frentes armados y luego los movimientos justicieros que se hicieron gobierno, necesita construir las bases territoriales para aproximarse con cada vez más experiencias y conatos insurgentes a la constitución de un poder dual. El mundo liberal democratista, que sirve de mampara para conservar la insólita desigualdad social, puede en algún momento servir de llave de poder siempre y cuando el espectro revolucionario vuelva a ser un referente político que no solo grite y confronte la injusticia y la devastación natural, sino que garantice el goce de ser los dueños de nuestra tierra.
Esta historia última nos deja bien claro que, si ese poder anterior al Estado, ese tejido nacional del poder dual, no se constituye en toda su fuerza, incluso la conquista del Estado por un movimiento que sepa ubicarse en la circunstancia crítica —como lo fue el chavismo rebelde original—, el cuento final puede llegar a ser desastroso. No olvidemos que la larvada discusión por salvar nuestras identidades sociales y políticas, construidas o ancestrales, sucumbe una y otra vez en la entropía individualizante y violenta que ahora nos ahoga. Si no rescatamos el control territorial tal y como lo hicieron los ejércitos libertadores, tales identidades no pasan de ser notas de Facebook o festines folklóricos. Las batallas que vienen son inevitables y solo en ellas retejeremos la identidad que se fragmenta una y otra vez.