En un entorno donde la justicia se ve opacada por el sufrimiento, el denominado “plan de 20 puntos” de Donald Trump para Gaza no representa una verdadera promesa de paz. Más bien, actúa como un velo que cubre los crímenes que la comunidad internacional evita reconocer abiertamente. Con declaraciones llamativas como “alto al fuego inmediato” y “desradicalización”, este plan busca desviar la atención de las órdenes del Corte Penal Internacional relacionadas con genocidio y crímenes de lesa humanidad.
Detrás de esta fachada se encuentra un eco desgarrador: familias desgarradas, hospitales destruidos y un pueblo sumido en la inanición. Mientras Trump presenta cifras multimillonarias y sonrisas, la Corte Penal Internacional continúa recopilando evidencia de atrocidades que han costado más de 66 mil vidas, en su mayoría mujeres y niños. Lo que en Washington se denomina “cese al fuego” se traduce en Gaza como un silencio impuesto y una hambruna, un limbo que busca evitar la rendición de cuentas.
El desequilibrio del plan es evidente. No se menciona ni una sola vez la necesidad de que Israel ponga fin a la ocupación o devuelva los territorios. Además, no hay lugar para una disculpa. Se plantea una “Junta de Paz” liderada por Trump y otros personajes como Tony Blair, conocido por su papel en la invasión de Irak. En este contexto, las voces palestinas quedan excluidas y el sufrimiento del pueblo gazatí es ignorado.
Gaza se verá administrada como un protectorado, disfrazado de “zona económica especial”, donde la autodeterminación se reduce a cifras de inversión y promesas turísticas en playas manchadas de sangre. En este plan no hay lugar para Gaza ni para Palestina; solo hay espacio para la impunidad. Las órdenes de arresto contra líderes israelíes, incluidos Benjamin Netanyahu y altos mandos, así como los miembros de Hamas, no serán ejecutadas. La Corte Internacional de Justicia, que desde enero de 2024 consideró posible un genocidio, se enfrentará a un teatro de operaciones que evita lo más crucial: el fin de la ocupación ilegal y la restitución de derechos.
Amnistía Internacional y otras organizaciones han descrito esta situación con precisión: se trata de una “limpieza diplomática”. No hay término más acertado. La intención es ocultar el derramamiento de sangre con cemento y carreteras, reemplazando la justicia con promesas de inversión y reduciendo el genocidio a un asunto de “imagen internacional”. Israel elude indemnizaciones y juicios, mientras Trump se presenta como el arquitecto de una “paz” que no sana las heridas.
Lo más insidioso de este plan es que se presenta como una forma de pragmatismo, como si el derecho a la vida y a la dignidad pudiera ser negociable en una mesa de juego donde Trump reparte las cartas. Este enfoque representa un camino hacia el olvido. La verdadera paz requiere rendición de cuentas, justicia efectiva, el desmantelamiento de la ocupación y la eliminación del miedo a morir de hambre o por la violencia.