La censura, a lo largo de la historia, ha funcionado como un reflejo de los temores de quienes ostentan el poder. Desde la Iglesia Católica en la Edad Media hasta las corporaciones contemporáneas, lo que se censura no es simplemente lo que la sociedad teme, sino aquello que amenaza la hegemonía de los poderosos. La lógica es clara: silenciar cualquier voz que ponga en peligro su dominio.
La censura a través de la historia
En tiempos medievales, la Iglesia temía perder la fe de sus fieles, lo que la llevó a crear el Index Librorum Prohibitorum en 1559, una lista de libros considerados peligrosos para la moral cristiana. Este catálogo, que incluyó desde traducciones de la Biblia hasta obras de pensadores como Descartes y Montesquieu, se mantuvo hasta 1966. La censura era, por tanto, un mecanismo no solo para proteger la fe, sino también para salvaguardar el control político de la Iglesia.
Con el avance del tiempo, el miedo se transformó. En el Siglo 20, los gobiernos temieron que la imprenta y el cine fomentaran la subversión. Ejemplos como el Macartismo en Estados Unidos reflejan esta realidad, donde la persecución de artistas acusados de comunismo arruinó carreras y vidas. En América Latina, las dictaduras militares fueron responsables de la censura de medios, el encarcelamiento y asesinato de periodistas, evidenciando un miedo profundo: que las palabras se tradujeran en acciones que desafiaban su poder.
El miedo patriarcal y la censura actual
Sin embargo, hay un miedo que ha persistido a lo largo de la historia: el temor patriarcal a la voz de las mujeres. Desde Sor Juana Inés de la Cruz, presionada para renunciar a su escritura, hasta las mujeres afganas bajo el régimen talibán, la censura ha silenciado a millones. Este mandato de silencio no es solo un acto de control, sino una forma de violencia estructural que busca mantener el dominio masculino.
En el Siglo 21, la censura ha evolucionado y ya no es patrimonio exclusivo de los Estados. Las plataformas tecnológicas como Facebook e Instagram aplican sus propios filtros, frecuentemente eliminando voces que incomodan mientras permiten la circulación de contenido dañino. Esta selección de lo que se permite ver refleja los intereses de quienes diseñan estas plataformas, demostrando que la censura es también un diagnóstico del poder.
La realidad es que la censura nunca habla de lo que se silencia, sino de los miedos de aquellos que controlan. En cada época, ya sea la herejía, la subversión o las voces incómodas, lo que se busca es mantener el control sobre el discurso y la narrativa. El reto democrático actual no solo consiste en proteger la libertad de expresión, sino en desafiar a quienes, por su posición de poder, deciden quién puede hablar y qué puede decir. La historia de la censura es, en última instancia, la historia de los miedos del poder, reflejados en el silencio de aquellos que se atreven a cuestionarlo.