Septiembre, un mes que solía vibrar con el orgullo mexicano, se ha convertido en un periodo de incertidumbre y temor para miles de migrantes en Estados Unidos. Las fiestas patrias, en otras ocasiones llenas de color y sabor, han sido opacadas por el miedo a los operativos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y el riesgo constante de la deportación.
Un ambiente de celebración en pausa
En ciudades con una fuerte presencia mexicana como Chicago, Houston y Los Ángeles, la costumbre de reunirse para celebrar ha quedado en pausa. Familias que antes llenaban parques y templos con música y platillos típicos ahora optan por quedarse en casa, limitando sus actividades a lo estrictamente necesario. La realidad es que el temor a ser detenidos en lugares cotidianos, como supermercados o gasolineras, ha llevado a muchos a cancelar cualquier festejo.
Los migrantes, que solían compartir momentos festivos y fortalecer la comunidad en estas fechas, ahora enfrentan una vida cotidiana alterada por la vigilancia en áreas con alta concentración de hispanos. “Es difícil porque ni los niños pueden salir a pasear, ahora solo salimos a lo necesario”, comentan algunos afectados, reflejando el ambiente de ansiedad que permea su día a día.
Solidaridad en tiempos de crisis
A pesar de las dificultades, las comunidades mexicanas han encontrado en la solidaridad un recurso de resistencia. En varios vecindarios, se han formado grupos de apoyo donde se avisan sobre la presencia de retenes o redadas, organizando cadenas de ayuda en caso de emergencia. Aunque este año muchos decidieron no celebrar el Grito de Independencia para evitar llamar la atención, la unión entre migrantes sigue siendo un pilar crucial en su vida cotidiana.
La nostalgia también juega un papel importante en este mes. Septiembre, el mes de la Patria, se convierte en un recordatorio de las raíces que dejaron atrás y de las familias que no pueden abrazar. Para muchos, regresar a México no es una opción viable; el riesgo de no poder volver a Estados Unidos y perder las oportunidades para sus hijos pesa más que el deseo de reunirse con sus seres queridos.
A pesar del miedo y la incertidumbre, los migrantes sostienen que el sacrificio tiene un sentido profundo: ofrecer a sus hijos un futuro distinto al que hubieran tenido en su país de origen. Así, aunque las fiestas patrias transcurren en silencio, sin música ni banderas, el espíritu de lucha que los llevó a cruzar la frontera se mantiene vivo, convencidos de que su esfuerzo es el verdadero precio del anhelado “sueño americano”.
