La actividad sísmica en México es innegable. En las últimas dos décadas, el país ha experimentado más de 23 mil doscientos temblores con magnitudes de 3.5 grados o más, lo que equivale a un promedio de cuatro sismos diarios de esa magnitud.
Niall Ferguson, en su obra “Desastre: historia y política de las catástrofes”, señala que “la negación del riesgo está en el principio del desastre”. Este fenómeno psicológico colectivo nos lleva a ignorar la realidad del entorno que habitamos, caracterizado por la constante amenaza de sismos, ciclones, inundaciones y otras catástrofes naturales.
Un ejemplo que resalta esta negación se presenta a raíz del sismo del 19 de septiembre de 2017. Durante una entrevista, una periodista, visiblemente afectada por el recuerdo del evento, expresó su resistencia a discutir sobre el tema. Este tipo de reacciones son comunes entre los habitantes de la Ciudad de México y, en general, de todo el país, donde la memoria colectiva está marcada por la tragedia.
Es importante recordar que, aunque México es un país sísmico, representa solo el 5 por ciento de los temblores globales. Aproximadamente 35 millones de mexicanos, que constituyen el 25 por ciento de la población, residen en las zonas de mayor sismicidad, que abarcan desde Baja California hasta Chiapas, especialmente a lo largo de las costas del Pacífico.
En el último siglo, han ocurrido cerca de ochenta sismos con magnitudes superiores a 7 grados, lo que indica una frecuencia de un terremoto cada año y medio, en promedio. La mayoría de estos sismos se concentran en Guerrero, Oaxaca y Chiapas, áreas que además enfrentan altos niveles de pobreza, lo que agrava el ciclo de construcción y destrucción causado por estos fenómenos.
Los sismos en México se clasifican en tres tipos: de subducción, profundos y superficiales. Los de subducción son los más comunes y peligrosos, resultantes de la interacción entre las placas tectónicas de Norteamérica y del Pacífico. Otras placas, como la de Cocos, la de Rivera y la del Caribe, también afectan la actividad sísmica del país.
El sismo más devastador registrado ocurrió en 1787, con una magnitud de 8.6 en Oaxaca, causando un tsunami que inundó el territorio hasta seis kilómetros tierra adentro. Además, el sismo con más réplicas en la historia, con 44 eventos superiores a 4.5 grados, sucedió en Ometepec el 20 de marzo de 2012.
Otros temblores notables incluyen el de Acambay en 1912, el Mayor-Cucapah en 2010 y el catastrófico sismo de 1985, que dejó más de 10 mil muertos en la Ciudad de México. Más recientemente, el sismo del 19 de septiembre de 2017 tuvo su epicentro en Axochiapan, Morelos, y resultó en 228 muertes.
La Ciudad de México, construida sobre un antiguo lago, amplifica los temblores, aumentando las oscilaciones hasta en 500 veces en algunas áreas. Este fenómeno es único en el mundo y representa un riesgo significativo para sus habitantes.
Este recordatorio de la realidad sísmica en México es crucial para enfrentar la negación colectiva. La experiencia traumática de los sismos de 1985 y 2017 debería impulsar la creación de un sistema de protección más robusto, que contemple presupuestos adecuados y regulaciones efectivas. La próxima catástrofe es inevitable, y es hora de prepararnos adecuadamente.