En 1981, un arquitecto llegó al Palacio de los Rincón Gallardo, donde se ubica el Poder Ejecutivo del Estado. Su nombre era Nazario Guerrero Ruelas, y traía consigo un portafolio repleto de oportunidades y planes que prometían transformar la ciudad. Con su regla de cálculo, visualizaba un futuro próspero; en su mirada, había una profunda convicción; y en sus zapatos, se sentían sus raíces.
Recibí la instrucción de atender a Nazario, quien era esperado con la amabilidad tradicional del servicio público de aquellos tiempos, cuando el diálogo era más cordial. Su portafolio parecía contener los secretos de la piedra filosofal, y poco tiempo después, me llegó un borrador de una propuesta que daría lugar a la primera ley de propiedad en condominio horizontal, que defendí en el Congreso del Estado durante la 52a Legislatura.
Volviendo a aquel primer encuentro, lo conduje a mi oficina, donde lo recibí con cortesía. Le ofrecí un café, y mientras esperábamos al gobernador, me dijo: “Gracias, buenos días. ¿Usted es el ingeniero Ruelas?” A lo que respondí afirmativamente. “¡Qué tal, pariente, qué gusto saludarte!”, fueron sus palabras que marcaron el inicio de una amistad y un profundo respeto hacia su persona.
Hoy celebramos su vida, una existencia no solo extensa, sino también rica en contribuciones significativas. Nazario ha sido un arquitecto innovador, un sembrador de esperanza y un creador de futuros. Su trabajo se refleja en nuestras ciudades, instituciones y, más importante aún, en nuestros corazones. Cada uno de sus diseños se convirtió en un espacio donde la vida puede florecer, y cada proyecto que lideró fue un esfuerzo por mejorar el bienestar común.
Su legado en el ámbito de la arquitectura y el desarrollo urbano es vasto, pero su mayor legado como ser humano es aún más notable. Ha sido un hombre con un corazón generoso, con palabras amables y una mirada sincera. Ha sabido escuchar y ser un apoyo constante, inspirando a quienes lo rodean. Además, ha sido un miembro ejemplar del club rotario, viviendo el servicio no como una obligación, sino como un acto de amor hacia los demás.
Como dice el refrán, “dar tiempo al tiempo, que de amor y dolor alivia el tiempo”. Nazario Guerrero Ruelas permanece como un faro que nos recuerda que la vida se construye con pasión, ética y ternura. El verdadero éxito no radica en los premios, sino en el afecto que se siembra. Su edad no es solo una cifra, sino una historia rica y conmovedora que nos inspira y nos compromete.
Agradecemos a Nazario por su vida, por su ejemplo y por enseñarnos que es posible vivir con grandeza sin renunciar a la sencillez. Hoy lo celebramos con un corazón lleno de gratitud y admiración, deseando que su luz continúe guiándonos en el camino.