El sueño de erradicar el hambre para el año 2030, planteado por los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, se encuentra cada vez más alejado de la realidad. Según el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), publicado el 28 de julio de 2024, un alarmante total de 2,300 millones de personas en el mundo vive en situación de inseguridad alimentaria moderada o grave. Esto significa que no tienen garantizado el acceso a una dieta adecuada, lo que representa un 28% de la población global, un aumento de tres puntos en comparación con los niveles anteriores a la pandemia.
Los datos revelan que, a pesar de los esfuerzos y las promesas internacionales, los avances hacia el objetivo de Hambre Cero han sido mínimos. En un contexto marcado por conflictos armados, crisis climáticas y la persistente desigualdad, la situación se torna más compleja. Este informe no solo destaca la magnitud del problema, sino que también interroga a gobiernos y organismos internacionales sobre la efectividad de sus políticas y acciones.
Las cifras son contundentes. En África, el impacto es especialmente severo, donde el 58.9% de la población enfrenta inseguridad alimentaria, más del doble del promedio mundial. América Latina y el Caribe no quedan exentos, con un 25.2% de su población afectada, mientras que Asia presenta un 23.3% de inseguridad alimentaria. Aunque todas estas regiones han mostrado ligeras mejoras tras la crisis inflacionaria de 2022, los desafíos persisten. En contraste, América del Norte y Europa registran un 8.1%, aunque después de años de incrementos, la tendencia parece estar comenzando a revertirse.
Uno de los elementos que complica la situación es la combinación de factores estructurales que obstaculizan el acceso a alimentos. A pesar de que los precios internacionales de alimentos se han moderado desde el pico inflacionario de 2022, las tensiones geopolíticas y los conflictos armados interrumpen las cadenas de suministro, lo que agrava aún más la crisis. Además, el cambio climático ha afectado la producción agrícola, reduciendo tanto las cosechas como la disponibilidad de agua, mientras que la pérdida de biodiversidad y sistemas agrícolas frágiles han disminuido la resiliencia alimentaria.
El informe revela también que alrededor de 670 millones de personas padecieron hambre en 2024, una ligera disminución de 20 millones en comparación con 2022. Sin embargo, la crisis alimentaria no se limita a la cantidad de alimentos disponibles; la calidad nutricional es otro aspecto crítico que se ve comprometido. Esto señala que, aunque algunos logran acceder a alimentos, estos pueden no ser suficientes para garantizar una nutrición adecuada.
La responsabilidad de enfrentar esta crisis no recae únicamente en los gobiernos. La industria gastronómica, que abarca desde productores agrícolas hasta restaurantes, juega un papel crucial en la lucha contra el desperdicio de alimentos, la promoción de un comercio justo y la protección de la biodiversidad. La colaboración entre distintos sectores puede ser un catalizador para generar cambios significativos que ayuden a revertir esta alarmante tendencia.
En resumen, el panorama presentado por la FAO es un llamado a la acción urgente. La lucha contra el hambre y la inseguridad alimentaria debe ser una prioridad global, no solo para cumplir con los compromisos establecidos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, sino para garantizar un futuro más justo y sostenible para todos. La situación actual nos recuerda que el acceso a alimentos no es un privilegio, sino un derecho que debe ser garantizado para cada persona en el planeta.