La crítica hacia los cuatroteistas es a menudo descalificada como obra de “carroñeros”, un término que ignora una realidad cruda: las criaturas que se alimentan de carroña, como hienas y zopilotes, necesitan carne en descomposición. Esta analogía evoca el terrible genocidio de los tutsis en Ruanda, un evento que marcó la historia de la inhumanidad.
En 1994, en un lapso de solo 100 días, aproximadamente 800 mil tutsis fueron asesinados por extremistas hutus. Este masivo exterminio fue presentado de manera superficial por occidente, resaltando la brutalidad de un régimen que estigmatizaba a los tutsis como “cucarachas”. La propaganda radiofónica ayudó a incitar el odio, deshumanizando a la población tutsi y justificando su exterminio.
Amnistía Internacional documentó cómo el lenguaje de odio se convirtió en un acompañamiento trágico del genocidio, culpando a los tutsis de todos los problemas del país. A pesar de que sus privilegios políticos habían desaparecido, los tutsis, que alguna vez habían prosperado, fueron vilipendiados por un resentimiento acumulado entre los hutus, que se sentían marginados y explotados.
El discurso de odio se ha utilizado como herramienta política en diversos contextos. Fidel Castro, por ejemplo, denominó “gusanera” a los disidentes cubanos, mientras que quienes critican a la IV-T son llamados “zopilotes”. Este tipo de lenguaje busca deslegitimar la crítica y ocultar la responsabilidad del poder.
El actual clima de descalificación hacia los críticos, en el que se les compara con animales carroñeros, refleja una estrategia de deshumanización similar a la utilizada en Ruanda. La IV-T, sin embargo, no está en un estado de putrefacción. La crítica y el periodismo de investigación son esenciales para mantener la transparencia y la rendición de cuentas en cualquier democracia.
En un contexto más amplio, la Convención de Caracas, que exime de asilo a delincuentes fugitivos, contrasta con la actual política de recepción de fugitivos por parte de la Secretaría de Relaciones Exteriores, lo que potencia el riesgo de permitir la entrada de individuos con antecedentes delictivos.
La historia de Ruanda sirve como un recordatorio del poder destructivo del discurso de odio y de la importancia de una crítica constructiva en la sociedad. La lucha contra la deshumanización y la defensa de la verdad son esenciales para evitar que se repitan tragedias pasadas.
































































