La reciente propuesta de reforma electoral presentada por el Ejecutivo, liderada por Pablo Gómez, ha generado un intenso debate sobre el futuro del sistema político en México. Este cambio sugiere un giro significativo, alejándose del federalismo que ha caracterizado al país desde la década de los noventa, y transitando hacia un modelo que, según críticos, podría consolidar un nuevo centralismo. La paradoja es evidente: aquellos que se beneficiaron del sistema electoral federalista, como los líderes de la izquierda que hoy forman parte de Morena, son los mismos que cuestionan su eficacia.
El sistema que ha permitido a figuras como Andrés Manuel López Obrador obtener resultados electorales contundentes, parece estar en la mira de quienes ahora pretenden modificarlo. Esta situación plantea una interrogante crucial: ¿por qué cambiar un sistema que ha demostrado ser funcional? A pesar de que la coalición gobernante posee una mayoría sólida y proyecta continuar ganando elecciones bajo las actuales normas, el impulso por una reforma radical sugiere una intención más profunda, posiblemente la revitalización de un sistema democrático centralista.
La propuesta de reforma, que recuerda a las iniciativas del expresidente López Obrador, parece afectar dos principios fundamentales del sistema electoral: el respeto al federalismo y la representación plural. Desde su concepción, esta nueva visión se percibe como homogénea y contraria a la diversidad que caracteriza a la nación. Es preocupante que los autores de la reforma y la mayoría de los miembros de la comisión responsable compartan una visión casi idéntica de México, excluyendo deliberadamente a expertos con perspectivas diferentes.
Además, es relevante señalar que esta reforma se desarrolla en un escenario donde la oposición y las minorías carecen de un contrapeso efectivo, lo que aumenta la preocupación sobre la falta de representatividad en el proceso político. La propuesta, en este contexto, puede ser considerada un error grave, ya que el pluralismo ha sido clave para el desarrollo de un sistema político que, aunque imperfecto, ha reconocido la dignidad de todos los ciudadanos y fomentado el diálogo. Las democracias plurales permiten que diversos puntos de vista convivan, evitando la imposición de una única narrativa.
“Las democracias homogéneas e identitarias priorizan las tradiciones y costumbres de una población, lo que puede llevar a la tiranía de las mayorías.”
En contraste, la visión que subyace en la actual propuesta de reforma parece alinearse con la ideología del antiguo régimen, donde el centralismo priísta del siglo pasado se asoma nuevamente. En este modelo, las entidades federativas podrían perder su autonomía, existiendo únicamente como un apéndice del gobierno central. Este enfoque pone en riesgo la municipalización y la desconcentración del poder, elementos que son fundamentales para un verdadero federalismo.
Es irónico que los miembros de Morena se consideren herederos de figuras como Benito Juárez, un símbolo del liberalismo mexicano, mientras que su propuesta parece favorecer ideales que históricamente fueron defendidos por sus opositores conservadores, como Miguel Miramón. Este giro ideológico no solo plantea preguntas sobre la dirección del país, sino que también invita a la reflexión sobre los valores democráticos que se están en juego.
A medida que avanza el debate, la sociedad civil y los actores políticos deben permanecer vigilantes ante los posibles cambios que podrían redefinir el carácter del Estado mexicano. La reforma electoral no es solo un asunto técnico; es un tema que toca las fibras más sensibles de la democracia y la diversidad que México ha logrado construir a lo largo de su historia. La búsqueda de un equilibrio que respete tanto la pluralidad como un federalismo auténtico se convierte, en este sentido, en una tarea urgente para todos los involucrados en el proceso político.