En un contexto político marcado por la polarización, el nombre de Stephen Miller se ha convertido en sinónimo de influencia en el gobierno del expresidente Donald Trump. Asumiendo el rol de subjefe de Gabinete responsable de política doméstica, Miller, un nacionalista y crítico de la inmigración, ha sido señalado como “el poder en la sombra”, evocando comparaciones históricas con figuras como el Cardenal Richelieu en la Francia del siglo XVI. Este paralelismo sugiere una consolidación del poder ejecutivo en detrimento de otros actores, un fenómeno que ha llevado a cuestionamientos sobre el verdadero alcance de su influencia.
Los informes indican que Miller no solo ha sido un asesor cercano a Trump, sino que ha logrado imponer sus opiniones sobre la política migratoria, resultando en un aumento considerable de las redadas contra inmigrantes indocumentados, en su mayoría de origen latinoamericano. Según un artículo del Wall Street Journal, a finales de mayo, Miller expresó su frustración por la supuesta ineficiencia de los funcionarios migratorios en incrementar las deportaciones, exigiendo alcanzar la cifra de tres mil deportaciones diarias.
La estructura del gobierno de Trump ha llevado a que algunos funcionarios parezcan operar bajo la dirección directa de Miller, eludiendo los canales tradicionales de comunicación con los secretarios de gabinete. Esto ha sido corroborado por diversas fuentes, incluyendo a The New York Times, que incluso lo ha descrito como la “última palabra” en la política de la Casa Blanca. Este fenómeno ha suscitado inquietudes sobre la concentración de poder y la falta de transparencia en la administración.
El impacto de Miller se extiende más allá de la frontera de la política migratoria. Bajo su influencia, la Agencia de Inmigración y Aduanas (ICE) se ha transformado en una de las principales fuerzas policiales del país, con un presupuesto de $170 mil millones destinado a la implementación de políticas migratorias severas, incluyendo arrestos y la construcción de un muro en la frontera con México. Este enfoque ha generado un debate intenso sobre los derechos de los ciudadanos estadounidenses de origen latino y el uso de la fuerza en la ejecución de políticas migratorias.
La historiadora Heather Cox ha señalado que la habilidad de Miller para adular a Trump ha sido crucial para su ascenso, permitiéndole ejercer un poder que, aunque dependiente del mandatario, ha tenido consecuencias significativas en la política nacional. Como parte de esta dinámica, se ha mencionado que la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, y la fiscal general, Pam Bondi, han cedido parte de su autoridad a Miller, lo que ha llevado a una reconfiguración de los poderes dentro del gabinete.
El clima de incertidumbre generado por las políticas de Miller se ha intensificado con declaraciones contradictorias de Trump, quien, en un par de ocasiones recientes, se refirió a la necesidad de cuidar a los indocumentados que han trabajado en sectores como la agricultura y la hotelería. Sin embargo, estas afirmaciones fueron seguidas por la reafirmación de su compromiso con las deportaciones masivas, lo que ha dejado a muchos cuestionando las verdaderas intenciones detrás de sus palabras.
La figura de Stephen Miller se presenta, por tanto, como un símbolo de la complejidad y la tensión que ha caracterizado la administración Trump. Su influencia, aunque considerable, está intrínsecamente ligada a la figura del expresidente, y su legado en la política migratoria podría tener repercusiones duraderas en la sociedad estadounidense y en la percepción de la inmigración en el continente.
En este entorno, el debate sobre el papel de Miller y su impacto en la política estadounidense continúa, reflejando no solo la lucha por el poder en Washington, sino también las divisiones profundas en la sociedad sobre cuestiones de identidad, derechos y justicia social.