La labor del personal sanitario, especialmente en tiempos de crisis como la pandemia de COVID-19, se ha visto marcada por desafíos sin precedentes. Estas situaciones extremas no solo ponen a prueba su habilidad profesional, sino que también generan conflictos internos que impactan su salud mental y sus valores éticos. En este contexto, el concepto de daño moral ha cobrado relevancia, revelando un aspecto de la salud laboral que requiere atención urgente.
Los profesionales de la salud se enfrentan a dilemas que muchas veces los colocan en una encrucijada entre su deber y sus principios. Los estudios indican que, durante la pandemia, se observaron aumentos alarmantes en los niveles de ansiedad, depresión e insomnio entre estos trabajadores. Los más afectados incluyeron a los profesionales más jóvenes, a las mujeres y a quienes laboran en áreas críticas como urgencias.
El daño moral se manifiesta cuando los trabajadores de la salud sienten que han transgredido sus valores fundamentales, ya sea por no actuar en una situación crítica o por verse obligados a tomar decisiones difíciles que comprometen su ética profesional. Estos conflictos se aprecian en diversas circunstancias, como la asignación de recursos limitados durante picos de contagio, donde deben decidir quién recibe atención prioritaria.
Además, la falta de personal y las restricciones de tiempo pueden llevar a los trabajadores a acortar interacciones con los pacientes, omitiendo detalles clínicos cruciales. Este tipo de decisiones no solo perjudica la calidad de la atención, sino que también genera un profundo sentimiento de culpa en quienes se ven forzados a actuar de esta manera.
Otro aspecto crítico son las políticas organizativas que a veces chocan con las necesidades de los pacientes. La presión por cumplir con protocolos que resultan en altas prematuras o medidas de ahorro que afectan la atención son ejemplos claros de cómo las decisiones administrativas pueden generar un daño moral significativo en los profesionales de la salud.
En muchos casos, estos trabajadores se convierten en testigos de atención inadecuada, observando errores o eventos adversos sin poder intervenir, lo que genera una sensación de impotencia. Asimismo, la obligación de retener información relevante de los pacientes o sus familias, en nombre de la confidencialidad, puede crear un conflicto interno que se suma a la carga emocional que enfrentan diariamente.
Vivir con estos constantes dilemas puede tener consecuencias graves. Desde el inicio de la pandemia, las bajas por incapacidad temporal en el personal sanitario han aumentado del 6 % al 9 %. Esta estadística no solo refleja un deterioro en su salud, sino que también afecta la calidad de la atención que ofrecen a sus pacientes.
El daño moral puede manifestarse de diversas maneras: emociones intensas como la culpa y la vergüenza, alteraciones en la conducta que incluyen el aislamiento y el cinismo, así como una disminución en la satisfacción laboral y la intención de dejar la profesión. Además, las consecuencias físicas como alteraciones del sueño y enfermedades relacionadas con el estrés son cada vez más comunes.
Aunque el daño moral ha sido un tema de estudio en contextos militares, su impacto en el ámbito sanitario ha comenzado a recibir la atención que merece. En España, por ejemplo, el informe SESPAS de 2024 ya advierte sobre el aumento de trastornos mentales en este sector y la necesidad imperiosa de desarrollar estrategias que mejoren el bienestar de los profesionales de la salud.
Para abordar este fenómeno, es fundamental reconocer y definir claramente qué es el daño moral. Solo así se podrá detectar a tiempo y ofrecer respuestas adecuadas antes de que se convierta en un problema crónico. En el entorno sanitario aún faltan herramientas validadas para evaluar este tipo de daño, lo que limita la capacidad de los hospitales y centros de salud para implementar intervenciones efectivas.
Desarrollar estrategias que prevengan y traten el daño moral es crucial. Aunque existen algunas intervenciones en marcha, muchas de ellas carecen del respaldo científico necesario para ser consideradas efectivas. Superar estos retos no solo mejorará la salud mental de quienes trabajan en el sector, sino que también fortalecerá un sistema de salud que necesita ser más humano y sostenible.
Cuidar de quienes cuidan debería ser una prioridad. A medida que se comprenden mejor las secuelas psicológicas de la profesión, se podrá reducir el absentismo laboral y aumentar la retención de los profesionales más jóvenes, quienes a menudo consideran abandonar su oficio ante la presión creciente. En última instancia, proteger el bienestar del personal sanitario es un acto que beneficia a toda la sociedad.
“Cuidar a quienes cuidan es, en realidad, cuidarnos a todos”, afirma Regina Espinosa López, profesora titular de Psicopatología en la Universidad Camilo José Cela.
Este artículo destaca la urgencia de abordar el daño moral en el personal sanitario y la necesidad de desarrollar un enfoque integral que priorice su bienestar. Solo a través de una atención adecuada a estos temas se podrá garantizar una atención sanitaria de calidad para todos.
