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Salud

Consejos para almacenar pollo crudo y cocido de manera segura

Aprender a guardar pollo es clave para evitar enfermedades alimentarias.

Almacenar pollo, ya sea crudo o cocido, es fundamental para prevenir problemas de salud y asegurar su frescura. Esta proteína, presente en muchas recetas de la cocina mexicana, requiere atención especial desde el momento de la compra hasta su conservación.

Al adquirir pollo, es esencial seleccionar lugares que cumplan con estrictas normas de higiene. Los mercados locales o pollerías con alta rotación de productos suelen ofrecer opciones más frescas en comparación con las grandes cadenas. Es importante observar que el color sea uniforme, sin manchas y que la carne se sienta firme y húmeda, descartando cualquier pieza que presente un olor fuerte o una textura viscosa.

Una vez que se lleva el pollo a casa, se recomienda refrigerarlo de inmediato. Colocarlo en un recipiente hermético en la parte más fría del refrigerador permitirá conservarlo entre 36 y 48 horas. Si no se tiene la intención de consumirlo en ese tiempo, lo mejor es optar por congelarlo, utilizando bolsas especiales que impidan el contacto con el aire, evitando así las quemaduras por congelación. En estas condiciones, el pollo puede mantenerse en buen estado durante varios meses.

El pollo cocido también requiere cuidados específicos. En el refrigerador, puede durar entre tres y cuatro días si se almacena en un recipiente cerrado, evitando la contaminación cruzada con alimentos crudos. Para extender su vida útil, se puede congelar por un máximo de tres meses, asegurándose de que esté completamente frío antes de guardarlo. Otra opción es sumergirlo en aceite o grasa, lo que puede prolongar su duración por varias semanas, especialmente si se utiliza un frasco esterilizado. El marinado es otra técnica eficaz, ya que no solo prolonga la frescura por al menos 24 horas, sino que además añade sabor.

Es importante mencionar que el ahumado, aunque menos común en el hogar, es una técnica válida para conservar el pollo por más tiempo. La higiene es fundamental en todo este proceso; lavar las manos antes y después de manipular pollo, desinfectar superficies y utensilios, así como evitar el contacto con otros alimentos son prácticas básicas para prevenir la proliferación de bacterias como la salmonela o la campylobacter.

Aplicar estas reglas básicas no solo mejora la seguridad alimentaria en el hogar, sino que también permite aprovechar al máximo el valor nutricional del pollo, un alimento versátil y accesible que forma parte esencial de la dieta diaria.

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