El 16 de septiembre de 1920, el bullicio habitual del distrito financiero de Manhattan fue interrumpido de manera brutal cuando un coche bomba estalló en la esquina de Broad Street y Wall Street. A las 12:01, justo cuando los trabajadores se disponían a almorzar, un carro tirado por un viejo caballo, abandonado por un misterioso conductor, detonó con una fuerza devastadora, causando la muerte instantánea de más de 30 personas y dejando un saldo final de 38 muertos y cientos de heridos.
La devastación en el corazón de Nueva York
La explosión, que contenía 45 kilos de dinamita y 230 kilos de fragmentos de hierro, arrasó con todo a su alrededor. Las paredes del edificio de la U.S. Assay Commission temblaron mientras el caos se desataba. Los daños materiales superaron los 2 millones de dólares de la época, una cifra que hoy equivaldría a aproximadamente 30 millones de dólares. La mayoría de las víctimas eran jóvenes trabajadores: mensajeros, corredores de bolsa y empleados, mientras que ningún hombre de negocios resultó herido. J.P. Morgan, el magnate del sector bancario, estaba de vacaciones en Escocia cuando ocurrió la tragedia.
El heroísmo también brilló en medio de la oscuridad: James Saul, un joven mensajero de 17 años, utilizó un automóvil para trasladar a los heridos al hospital, logrando rescatar a treinta personas. La policía, en un intento por contener la situación, suspendió las operaciones en la Bolsa de Valores de Nueva York solo un minuto después del ataque. La determinación de la ciudad para no dejarse vencer fue palpable, con equipos de limpieza trabajando durante la noche para despejar los escombros.
Investigación y teorías del atentado
El caso fue asumido por el Bureau of Investigation (BOI), antecesor del actual FBI, que se convirtió en una de sus primeras grandes investigaciones sobre terrorismo. Desde el inicio, las sospechas se dirigieron hacia grupos radicales opuestos al capitalismo, como anarquistas y socialistas. Poco antes de la explosión, se encontraron panfletos de un grupo llamado “Luchadores Anarquistas Americanos”, que exigían la liberación de presos políticos, y que ofrecieron pistas que no llevaron a ningún lado.
La investigación se centró en los “galleanistas”, seguidores del anarquista italiano Luigi Galleani, conocidos por su uso de la violencia. Se especuló que el atentado fue una represalia por la detención de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, quienes fueron acusados de asesinatos y robo. A pesar de la intensa búsqueda, la BOI no pudo identificar a los responsables, y el caso se volvió un misterio sin resolución.
Uno de los nombres que emerge del pasado es el de Mario Buda, un anarquista italiano y conocido como “Mike Boda”. Se le atribuyen varias bombas utilizadas por los galleanistas y se cree que estuvo en Nueva York durante el atentado. Aunque nunca fue interrogado, más tarde, en 1955, su sobrino y un compañero confirmaron su participación en el ataque. Tras la explosión, Buda salió de Estados Unidos y nunca enfrentó la justicia.
La explosión de Wall Street no solo fue uno de los atentados más mortales de su época, sino que también exacerbó la discriminación contra los inmigrantes, en particular los italianos, y llevó a detenciones controvertidas. Más de un siglo después, las marcas de la metralla aún son visibles en la fachada del edificio de J.P. Morgan, un recordatorio silencioso de un crimen que sacudió a una nación y cuyo misterio, lamentablemente, podría nunca resolverse.