Hace más de un siglo, un viejo y deteriorado edificio en el Centro Histórico de la Ciudad de México fue demolido, sin saber que su destrucción desvelaría uno de los hallazgos arqueológicos más significativos del país: los restos del Templo Mayor de Tenochtitlan. Esta revelación no solo cambió el panorama del patrimonio cultural mexicano, sino que también marcó el inicio de una nueva era en la arqueología nacional.
El edificio que se encontraba en el número 2 de la calle Seminario, hoy conocida como República de Argentina, pertenecía al abogado y filántropo mexicano Rafael Dondé Preciat. Aunque no era considerado de considerable valor arquitectónico, su demolición en 1914 brindó la oportunidad perfecta para una excavación que había sido anticipada por el arqueólogo Manuel Gamio, ampliamente reconocido como el padre de la antropología moderna en México. Gamio había regresado recientemente de un congreso en Londres, donde había escuchado teorías sobre la posible ubicación del Templo Mayor justo debajo de los edificios en esa zona.
Al enterarse de la inminente demolición del edificio de Dondé, Gamio solicitó permiso al Museo Nacional para llevar a cabo una exploración. Con un esfuerzo conjunto, comenzó la excavación que se extendió entre 4 y 5 metros bajo el nivel del suelo. En mayo de ese mismo año, el ángulo suroeste del Templo Mayor fue visible nuevamente después de casi cuatro siglos. Este descubrimiento inicial abrió las puertas a un estudio más profundo de la rica historia mexica.
Sin embargo, el trabajo no se detuvo ahí. En 1933, dos décadas después del hallazgo de Gamio, la Dirección de Arqueología realizó nuevas excavaciones en la esquina de Guatemala y Seminario, justo frente a la Catedral Metropolitana. Esta vez, el equipo dirigido por el arquitecto Emilio Cuevas descubrió un monolito similar al de la diosa Coatlicue, que recibió el nombre de Yolotlicue. También hallaron un muro que formaba parte de la sexta etapa constructiva del Templo Mayor, lo que reafirmó la importancia del sitio y su relevancia histórica.
El descubrimiento más emblemático llegó en septiembre de 1978, cuando los arqueólogos de la Oficina de Rescate Arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) recibieron una llamada anónima que los llevó a la esquina de Guatemala y Argentina. Allí, trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, al abrir una zanja para cableado, dieron con una escultura de piedra que resultó ser la monumental representación de Coyolxauhqui, una deidad mexica de la Luna. Este hallazgo fortuito marcó el inicio del Proyecto Templo Mayor, que se convertiría en un esfuerzo monumental por recuperar la historia prehispánica de la capital mexicana.
Con el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma a la cabeza, el proyecto se expandió, incorporando científicos de diversas disciplinas y formando equipos de exploración que realizaron excavaciones fundamentales. El trabajo conjunto no solo permitió la preservación de la zona arqueológica, sino que también facilitó la creación del Museo de Sitio del Templo Mayor, donde se exhiben muchos de los hallazgos más significativos.
A través de los años, el Proyecto Templo Mayor ha revelado estructuras cruciales, como las ampliaciones de la pirámide del Templo Mayor, la Casa de las Águilas y el Cuauhxicalco, así como el monolito de la diosa de la tierra, Tlaltecuhtli. Cada uno de estos descubrimientos no solo ha enriquecido el conocimiento sobre la civilización mexica, sino que también ha permitido a los mexicanos y al mundo entero conectar con sus raíces culturales.
Hoy, el Templo Mayor no solo es un vestigio del pasado, sino un símbolo de la identidad mexicana que sigue atrayendo a investigadores, turistas y curiosos. Su historia, que comenzó con la demolición de un edificio poco notable, ha transformado la forma en que entendemos y valoramos nuestro patrimonio cultural. Mientras continúan las investigaciones en la zona, el legado del Templo Mayor sigue vivo, recordándonos la riqueza de la historia que yace debajo de nuestras ciudades.