Las palabras poseen un poder intrínseco que va más allá de su simple significado. El reconocido lingüista cognitivo George Lakoff ha explorado cómo un cambio sutil en la elección de un término puede transformar radicalmente la percepción pública. Esta dinámica se hace evidente en el ámbito político, donde el lenguaje se convierte en una herramienta crucial para moldear opiniones y actitudes.
Cuando un gobierno utiliza la expresión “ajuste fiscal”, está invocando un marco conceptual que evoca sacrificio y austeridad. En contraste, al referirse a “inversión social”, el mensaje que se transmite es uno de progreso y bienestar. Este fenómeno, conocido como framing político, explica por qué dos personas pueden analizar los mismos hechos y llegar a conclusiones diametralmente opuestas. La clave radica en cómo se presentan los conceptos, no en la información en sí.
Los gobiernos son conscientes de esta realidad y utilizan el lenguaje a su favor. Por ejemplo, al hablar de recortes presupuestarios como “racionalización del gasto”, activan en la ciudadanía esquemas mentales que asocian la eficiencia y la responsabilidad con tales medidas, desviando la atención de la pérdida o la carencia que pueden representar. Este uso estratégico del lenguaje actúa como una lente a través de la cual se interpreta la realidad social y económica.
La batalla política, en gran medida, se centra en el control de estos marcos lingüísticos. Cuando la oposición denuncia “privilegios fiscales” en un intento por resaltar la injusticia del sistema, el gobierno responde con términos como “estímulos al crecimiento”, promoviendo una narrativa de desarrollo económico. Cada bando busca establecer su propia perspectiva, y el lenguaje se convierte en el campo de batalla donde se libra esta contienda.
El verdadero poder del framing radica en su invisibilidad. Los ciudadanos, en su mayoría, no son conscientes de cómo estas estructuras lingüísticas influyen en sus opiniones y decisiones. Por ejemplo, cuando un gobierno afirma que “protegerá el patrimonio familiar”, pocos se percatan de que está invocando valores conservadores profundamente arraigados. Del mismo modo, al hablar de “modernización del Estado”, apela a ideales progresistas que pueden resonar con una parte de la población.
En una era de sobreinformación y atención limitada, el control sobre los marcos lingüísticos se traduce en un control sobre la percepción pública. Esto es especialmente relevante en el contexto de las campañas políticas, donde cada palabra cuenta y cada frase se elige con cuidado. La próxima vez que escuche un discurso político, es fundamental preguntarse no solo qué se dice, sino cómo se enmarca el mensaje. Como ha demostrado Lakoff, el lenguaje no solo describe la realidad; también tiene el poder de crearla y transformarla.
Este fenómeno nos invita a reflexionar sobre nuestro propio proceso de pensamiento y cómo los mensajes que recibimos pueden influir en nuestras creencias y decisiones. Al entender la mecánica del lenguaje en el ámbito político, los ciudadanos pueden convertirse en oyentes más críticos y conscientes, capaces de discernir la intención detrás de las palabras y de participar en un diálogo más informado y significativo.