Daniel Kahneman, reconocido psicólogo y premio Nobel de Economía, ha destacado en sus investigaciones una verdad inquietante sobre la mente humana: no somos calculadoras objetivas, sino más bien máquinas de atajos mentales. Este fenómeno se convierte en un desafío crucial para la democracia, ya que ciertos sesgos cognitivas pueden distorsionar nuestra percepción de la realidad, afectando así el debate público y la toma de decisiones colectivas.
Uno de los sesgos más peligrosos es el “sesgo de disponibilidad”. Este impulso nos lleva a confundir lo que es vívido o reciente con lo que es frecuente o relevante. En muchas ocasiones, cuando se produce un crimen espectacular, la sociedad tiende a sobreestimar el nivel de inseguridad, aun cuando las estadísticas indican una tendencia a la baja. Este fenómeno genera una percepción distorsionada que puede influir en la opinión pública y en las decisiones políticas.
El impacto de los escándalos de corrupción también se ve exacerbado por este sesgo. Un solo episodio negativo puede llevar a muchos a concluir que “todos los políticos son iguales”, ignorando casos de honestidad probada y contribuyendo a la desconfianza en las instituciones. Las redes sociales, por su parte, juegan un papel fundamental en amplificar este efecto. Un video viral que muestre a un funcionario cometiendo un error puede tener más peso que una centena de informes técnicos que respaldan el buen desempeño de la administración.
Los gobiernos son conscientes de este fenómeno y lo utilizan a su favor. Un acto público bien fotografiado en una escuela remodelada suele generar más atención que meses de trabajo silencioso que mejoran indicadores educativos. Un discurso emotivo tras una tragedia suele resonar más en la memoria colectiva que años de prevención que, aunque efectivas, pasan desapercibidas. Esta estrategia de comunicación puede resultar efectiva, pero también plantea un problema serio: nuestra incapacidad colectiva para corregir estos atajos mentales y para buscar una comprensión más profunda de los eventos que nos rodean.
Los medios de comunicación tienen un papel crucial en esta dinámica. Al resaltar lo sensacional en lugar de lo sustancial, contribuyen a perpetuar estos sesgos. La oposición política, a menudo, cae en la misma trampa al reducir administraciones complejas a pocos episodios negativos, ignorando el contexto más amplio. En este sentido, Kahneman nos alerta sobre la inevitabilidad de estos sesgos, pero también sobre la posibilidad de remediarlos. La clave está en exigir datos más allá de relatos anecdóticos, contexto más allá de titulares, y una perspectiva histórica que nos permita entender los hechos en su totalidad.
La calidad de nuestra democracia no depende únicamente de la información que tenemos a disposición, sino de nuestra capacidad para procesarla de manera crítica. El primer paso en este camino es reconocer que, como ciudadanos, somos mucho menos racionales de lo que nos gustaría pensar. Este reconocimiento es fundamental para poder tomar decisiones informadas y basadas en la realidad, en lugar de dejarnos llevar por las sombras más llamativas que nos ofrece nuestra mente.
Solo a través de un esfuerzo consciente por superar estos sesgos podremos avanzar hacia una democracia más robusta y participativa. La responsabilidad recae en cada uno de nosotros, en nuestra disposición a cuestionar lo que vemos y escuchamos, y en nuestra voluntad de buscar la verdad más allá de las apariencias.